La declaración del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, lo dice todo: “La fuerza del Presidente es moral, no una fuerza de contagio”. López-Gatell avanza aceleradamente por la ruta del ridículo y le hace un despropósito al país. Un científico tocado por la religiosidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, es lo que le faltaba al vocero para la pandemia. Si las cosas se ven mal, la realidad es que están peor. Hace un par de semanas se reunió en la Ciudad de México la Comisión de Alto Nivel México y Estados Unidos, donde el tema del coronavirus fue central. La reunión terminó entre gritos y amenazas, en lo que fue el encuentro más ríspido que hayan tenido las dos naciones desde que llegó el nuevo gobierno mexicano.
Todo comenzó de la forma como todo comienza en esta administración, con un planteamiento estrambótico. El vocero de la delegación mexicana cuestionó fuertemente los protocolos en el mundo para atacar las crisis de salud. “El riesgo no es tan alto, y México de ninguna manera cerrará fronteras o tomará acciones catastrofistas en esta materia, porque no la consideran pandemia”, dijo el vocero, de acuerdo con la reconstrucción del encuentro. La descalificación de la pandemia, único país en el mundo que no la considera así, no fue lo peor de todo. Eso vendría después.
Lo que existe, agregó el vocero del gobierno de México, es un “manejo mafioso de las crisis de salud pública”. Como ejemplo, pusieron la conducción de la crisis de la epidemia del H1N1, que es un argumento que ha utilizado López Obrador para atacar al expresidente Felipe Calderón. La delegación estadounidense, que venía mostrando señales de exasperación por lo que oían y que cada vez subían el tono de su voz, explotó. Según la reconstrucción de lo que sucedió, el vocero estadounidense lo interrumpió y le pidió que la reunión continuara apegada al profesionalismo, la seriedad y el conocimiento técnico de los asuntos públicos, sin hacer declaraciones políticas o ideológicas.
En ese punto, lo que nunca había sucedido, pasó. Las dos delegaciones comenzaron a gritarse en un pandemónium, por lo que tuvo que intervenir el representante de la Secretaría de Relaciones Exteriores, la anfitriona de la reunión, y pedirles que guardaran la compostura y que dejaran que terminara la presentación el vocero mexicano. Cuando terminó de exponer el escepticismo del gobierno mexicano sobre lo que el mundo estaba haciendo y la información que estaban presentando, el estadounidense comenzó tajante: el gobierno de Estados Unidos desconfía de las “cifras alegres” del contagio mexicano.
Los estadounidenses presentaron dos documentos. El primero mostraba el crecimiento de contagios en países similares, con rutas comerciales y turísticas simétricas, para mostrar que los datos que les estaba presentando México eran menores que los de naciones análogas, sugiriendo que estaban escondiendo información o midiendo mal. El viernes pasado se publicó en este espacio que en la crisis del H1N1 en 2009, López-Gatell confundió la medición de casos confirmados con casos sin confirmar, lo que provocó decisiones equivocadas y por lo cual fue enviado a la congeladora. En ese primer documento también se enumeraban las acciones que estaban realizando los países de Centro y Suramérica, que empezaban a cerrar fronteras para cortar la cadena de contagio.
El segundo documento que les mostraron fue un estudio de científicos mexicanos, realizado a petición de la Embajada de Estados Unidos, que utilizaban un algoritmo para mostrar la tasa de contagio por cada mexicano, así como su dinamismo de acuerdo con las condiciones climáticas y sociodemográficas del país. Los mexicanos parecían azorados por los documentos que les presentaron, al carecer de esa información. Como se apuntó en este espacio el viernes, López-Gatell no ha presentado ningún modelo matemático o simulador sobre el impacto del coronavirus en México. Cuando quisieron opinar los mexicanos sobre los documentos, la impresión que dejaron, entre algunos de los participantes y los estadounidenses, era un profundo desconocimiento del tema.
En ese sentido, algo que fue notorio en esa reunión, de acuerdo con la reconstrucción, es que mientras la delegación estadounidense se presentó con una posición unificada, hubo diferencias en la delegación mexicana. Esto fue muy importante porque uno de los temas de la reunión era para hablar sobre el cierre parcial de la frontera entre los dos países, y limitar el paso humano por sus garitas, para lo cual llevaron amplia información detallada, sobre cómo lo proponían hacer. Esto era resultado del anuncio a finales de febrero del presidente Donald Trump, quien dijo que “estaba pensando qué hacer con la frontera sur”.
La intención era discutir cómo y en qué escala se cerraría la frontera, pero el resultado al final del encuentro fue distinto. El vocero de los estadounidenses dijo, en la conclusión, que dadas las claras diferencias entre la política pública de ambos países para abordar la crisis de la pandemia, todas las decisiones referentes al tráfico fronterizo dejarían de ser consensuadas y se darían en forma unilateral. A los mexicanos, les adelantaron, sólo les informarían de las decisiones que ya habían sido tomadas en Washington, sin margen a negociación. La delegación mexicana se quedó sorprendida.
El jueves pasado, casi una semana después de esa ríspida reunión, Aduanas y Protección Fronteriza cerró seis carriles de entrada en San Ysidro, que limita con Tijuana, la cuarta frontera con mayor tráfico del mundo, hasta “futuro aviso”. El cierre tenía que ver con los cambios en la ley sobre el programa “Remain in Mexico”, pero al ver la forma como enfocaban la pandemia del coronavirus, lo que pensaban de ella y su manejo ideológico como una crisis de salud, optaron por no perder más el tiempo con los mexicanos y actuar unilateralmente.