Marcelo Ebrard no se fue ayer de Morena para jugar políticamente por la libre contra el presidente Andrés Manuel López Obrador y la eventual candidata presidencial, Claudia Sheinbaum, pero está en el umbral de hacerlo. Este lunes subió la presión sobre todo el aparato gobernante al advertir que, si no resuelve a su favor la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia del partido su impugnación al proceso del que emergió Sheinbaum como eventual candidata presidencial, se irá del instituto político. Una vez más, Ebrard le arrebató a López Obrador la iniciativa y arrinconó a su rival, a sabiendas de que a su permanencia en Morena le quedan unos cuantos días de vida.
Ebrard lo sabe desde el 1 de septiembre, cuando pidió una cita con López Obrador para mostrarle las irregularidades que documentó sobre el proceso. El Presidente nunca lo recibió, lo que debió de haber anticipado el excanciller porque desde principios de agosto, cuando López Obrador habló con él a propósito del asesinato de su operador financiero en Guerrero, José Guadalupe Fuentes, ya no volvió a tener comunicación con su excolaborador. A diferencia del trato con Sheinbaum y el propio Adán Augusto López, el tabasqueño caído en desgracia en Palacio Nacional, a Ebrard lo mandó a la congeladora.
La decisión que tomó Ebrard después de ver que la puerta del despacho presidencial se le había cerrado en definitiva, no fue de moderación y recorte de pérdidas, sino de elevar el costo del resultado y reventar el proceso. Por esa razón sus representantes en la Comisión de Encuestas de Morena, Martha Delgado y Malú Micher, buscaron descarrillarlo desde el segundo día de haber iniciado, buscando la anulación del mayor número de secciones para alegar que no había existido representatividad, y provocaron un conflicto con la policía el día que se anunciaron los cómputos de las casas encuestadoras.
No funcionó la estrategia mediática porque todas las casas encuestadoras coincidieron en los resultados, y éstos estuvieron alineados a lo que todas las encuestas, por más de un año de medir a Sheinbaum y Ebrard, publicaron. La estrategia política que siguió Ebrard fue enmarcada en lo jurídico. Por eso impugnó el proceso el domingo por la noche, cuando se cumplía el plazo para presentarla, ante la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia del partido. No hay un término para resolver, pero no deberá demorar mucho.
Ebrard afirmó este lunes que si no se atendían las irregularidades que denunció, “ya no tendría interés en seguir en Morena”. Sheinbaum revisó el documento de Ebrard y dijo ayer que no tenía “mucho fundamento” su queja. Pero aunque lo tuviera, la comisión está integrada por incondicionales de López Obrador y aliados de Sheinbaum, por lo que de antemano se puede saber su fallo. No lo dijo Ebrard, pero le quedaría una instancia adicional, el Tribunal Electoral, la última ventanilla a la que puede recurrir.
La salida de Ebrard de Morena ha sido en cámara lenta porque es el ritmo que ha impuesto desde el principio. Primero forzó al Presidente, en aras de mantener la unidad, que se aceptaran sus términos para que renunciaran los aspirantes a la candidatura y que la pregunta de la encuesta fuera sólo sobre a quién querían los ciudadanos como candidato. Luego, para evitar un quiebre, Ricardo Monreal le cedió su lugar para que Ebrard tuviera la encuestadora de su preferencia, realizando los estudios espejo. Después, durante el levantamiento de las encuestas, el equipo de Sheinbaum –y de otros contendientes– accedió a la mayor parte de las quejas, algunas infundadas, que presentaron Delgado y Micher.
La pregunta natural es por qué, si sabía el destino que le esperaba, porque no aceptará que Sheinbaum se convierta en su jefa política y sea ella quien decida su futuro, no renunció a Morena y evitó abrir un juego de ajedrez difícil ante un adversario como López Obrador. Se puede plantear, con la estrategia mostrada hasta el momento, que Ebrard ha estado buscando que la decisión sobre su permanencia en Morena no recaiga primariamente en él, sino en el Presidente, Sheinbaum o el partido. López Obrador no lo hará, y aunque ha sido muy duro con sus palabras, lo ha sido en el fondo, no en la forma. Sheinbaum, aunque el hígado se le parta, tampoco va a caer en la provocación. La apuesta es Mario Delgado, y que sea él quien estalle y le dé la justificación pública para que sea el verdugo y le transfiera todo el costo de su salida de Morena.
El juego de Ebrard ha sido inteligente y cuidadoso. Su fraseo lo muestra. “¿Estas prácticas son válidas en Morena?”, preguntó. “¿Así va a ser? ¿Todas las encuestas que vienen, vamos a ver lo mismo?”. También acusó al partido de haber dado una carta de naturalización a gobernadores, alcaldes y sindicatos, para que intervinieran en el proceso, pero ha cuidado a López Obrador. Está dispuesto a romper con Morena, pero no con el Presidente, por lo menos hasta ahora.
Ebrard aprendió de la experiencia de su mentor, Manuel Camacho, y de sus errores cuando se rebeló porque no le dieron la candidatura presidencial en 1994. Camacho quemó muchos puentes y su fortaleza se convirtió rápidamente en debilidad. La bala que mató al candidato Luis Donaldo Colosio lo mató políticamente. Ebrard, en cambio, desarrolló una estrategia gradual y fue agotando las instancias.
Al elevar el tono de denuncia sobre los dados cargados a favor de Sheinbaum desde hace más de tres años, lo colocó en una clara ruta de colisión que lo iba a poner frente a una disyuntiva: si no lograba desconcentrar a Sheinbaum y obligarla a cometer errores que la hicieran inviable como la heredera del lopezobradorismo, construiría una salida digna que pudiera darle viabilidad y vida política fuera de Morena.
Ebrard llegó al final de este camino y sólo espera agotar la última instancia. Se irá y será un jugador político en el futuro. Qué tan influyente, dependerá de las negociaciones que haga con la oposición durante los días que el escenario para abandonar Morena madure.