Las noticias no podían ser peores. Desabasto de medicinas causadas por la burocracia en su gobierno que ponían en riesgo la vida de cientos de niños. El crecimiento en picada, dos puntos debajo del paraíso prometido.
El peso que tanto presumía como sinónimo de prosperidad, escalando a más de 20 por dólar. La violencia como nunca, matanzas y decapitados pintando de rojo el país y él, en plena confusión, defendiendo a los criminales del Ejército mientras a los soldados los humillan porque sus instrucciones son aguantar las vejaciones.
Todo en una semana, donde los cañonazos partirían cualquier blindaje. Pero el de Andrés Manuel López Obrador no. Su figura sigue siendo refractaria. El presidente más poderoso que se tenga en la memoria sigue recibiendo altas dosis de vitamina.
La última encuesta nacional de Buendía, Laredo y Asociados, dada a conocer el miércoles, muestra la confianza en López Obrador. El 71% apoya su trabajo, y en un mismo porcentaje se dicen optimistas sobre el futuro. Todavía más.
Si hoy se realizara una consulta ciudadana sobre la revocación de mandato, el 77% –ocho de cada 10 mexicanos–, marcarían la casilla para que continuara en el cargo. El que el 51% considere que los problemas ya lo rebasaron y vaya cayendo el porcentaje (40%) que piensa que tiene todo bajo control, no le afecta.
La luna de miel de que goza se ha prolongado con un éxtasis a veces ascendente.
Este es un fenómeno que se ha visto en América Latina en los últimos años, recuerda Felipe Noguera, uno de los consultores políticos más reconocidos en la región.
Lo ha visto con presidentes populistas, como Néstor Kirchner en Argentina o Rafael Correa en Ecuador, que iniciaron sus gobiernos con políticas fiscales conservadoras, vigilando el superávit y la macroeconomía, al tiempo de inyectar presupuesto en programas sociales, como lo está haciendo López Obrador.
Con el paso del tiempo, el balance entre el rigor fiscal y los programas sociales fue perdiéndose e inclinándose hacia la entrega de dinero para sus clientelas político-electorales, causando ilusiones equivocadas en gobernantes con otras filosofías e ideologías.
Por ejemplo, Mauricio Macri, en Argentina, subraya Noguera, que si bien se enmarca como neoliberal dentro de la geometría política, profundizó la inyección de recursos en los programas sociales de Cristina Fernández, la esposa y heredera de Néstor Kirchner en la Casa Rosada, que lo llevó al colapso económico en el que se encuentra.
López Obrador no se encuentra, cuando menos todavía, en esos mundos de crisis, pero por su perfil no sería raro que siguiera sus pasos.
Pero hablar sobre ese futuro es ocioso al ver el respaldo del presidente en este momento, a quien le perdonan todo. Su luna de miel, como la tuvieron los sudamericanos, no fue efímera, sino que se extendió por un tiempo que no se había experimentado.
Una razón importante de ella, piensa Noguera, es que entendieron lo que nunca pasó con los neoliberales, que la comunicación política y social debía de ser intensa, equivalente a estar en una campaña permanente.
De eso critican sus opositores a López Obrador, sin entender que la razón de su éxito es precisamente eso. Campaña permanente y comunicación política, a través de una narrativa consistente y persistente.
La narrativa está anclada en el tema de la corrupción, donde López Obrador ha perfeccionado el discurso. No se limita a culpar de todo al pasado, sino como sucedió esta semana, ante una pregunta sobre el desorden y caos en su partido Morena, respondió que si van por el camino de otros partidos, él termina su militancia. Esta reacción es típica en él, quien antes de que le lleguen los problemas, los aleja.
Si Morena lo puede contaminar, rápidamente mete el antídoto: si en Morena hay corrupción, son ellos, no yo, y termino mi relación con el partido. Al presidente le funciona muy bien este discurso, que compacta todos los días durante un promedio de media hora, en lo que se conoce como “la mañanera”.
Al rendir su primer informe legal de gobierno el próximo domingo, López Obrador habrá sostenido 189 “mañaneras”, de acuerdo con el análisis de Spin, Taller de Comunicación Política, donde ha priorizado, con 40.5% del total de preguntas, a medios digitales, que, como justifica el presidente, nunca habían tenido tanta prominencia porque no existían. Como en muchos otros temas, esa mentira no se la cuenta la mayoría de los mexicanos. La televisión, en cambio, el principal medio de comunicación masiva –que él entiende perfectamente que así es–, apenas alcanza a hacer el 10.9% de las preguntas.
El diseño de las mañaneras refuerza esa estrategia. De acuerdo con Luis Estrada, director de Spin, la probabilidad de que se pueda hacer una pregunta al presidente si está sentado en la primera fila, es de 60%; la probabilidad si se encuentra en la segunda, es de 24%.
Al estar controlada la primera fila mayoritariamente por comunicadores digitales, son ellos los que preguntan, adulan o le regalan al presidente la oportunidad para inyectar un tema que no estaba en la agenda nacional, golpear a quien difiere de sus acciones de gobierno o difamar en función de su estado de ánimo.
López Obrador le ha dado cuatro veces la palabra a “Ni uno más, ni un corrupto más en gobierno”, y dos veces a “Nopal Times” y “Charro Político”, plataformas digitales que respaldan incondicionalmente al presidente. En cambio, el Financial Times, el periódico financiero más importante del mundo, sólo ha preguntado una vez.
La estrategia ha sido altamente funcional y podrá prolongarla tanto como logre mantener el equilibrio fiscal y el dinero a programas sociales, lo que le dará la estabilidad financiera y social. Se derrumbará si pierde el balance, en cualquier sentido. Hasta entonces se acabará esta luna de miel que se ve eterna.