La mañanera es un circo y sirve para todo. El jueves, a pregunta de uno de los matraqueros del Presidente, se colocaron dos platillos en la carpa de Palacio Nacional. Uno fue sobre el fiscal Alejandro Gertz Manero, con el doble mensaje que se exploró en este espacio el jueves, y el otro sobre si había investigaciones en contra del expresidente Enrique Peña Nieto. Presto, el presidente Andrés Manuel López Obrador dispuso que el jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, Pablo Gómez, informaría sobre lo que había contra su predecesor. El jueves, Gómez cumplió con lo que, se puede argumentar, había diseñado la Presidencia: una pantomima.
Es difícil saber si Gómez sabía lo que se estaba preparando, pero cumplió con lo que le encargó el Presidente. Desde octubre del año pasado, informó, la UIF presentó una denuncia en contra de Peña Nieto por presuntas transferencias irregulares por 26 millones de pesos el año pasado y detectó un esquema donde el expresidente obtuvo beneficios económicos, de dos empresas familiares. La bomba política se cerró con una investigación que abrió –en una fecha no precisada– la Fiscalía General de la República. Para eso sirven las mañaneras, para propaganda y distracción.
El entorno era muy adverso para López Obrador. El levantamiento de un grupo vinculado al Cártel del Golfo,la Columna Armada Pedro J. Méndez, cuyo líder, Octavio León Moncada, fue detenido esta semana, escaso año y medio después de que fue respaldado por el entonces subsecretario de Gobernación, Ricardo Peralta, que actuó por iniciativa propia, pero instruido por su entonces jefa, Olga Sánchez Cordero, y acordado con el Presidente. El conflicto con la Iglesia católica y con la comunidad judía, pese a lo que dice, está abierto. La inflación casi llegó a 8%. La quinta ola de Covid, totalmente descontrolada. La violencia, imparable. Su lucha diaria para impedir que permee que sus megaobras son elefantes blancos.
Eran muchas señales de debilidad, a punto de tomar el vuelo a Washington para reunirse el lunes con el presidente Joe Biden en la Casa Blanca. ¿Cómo cambiar la conversación? La mañanera ya no le da, pero la persecución de un expresidente, sí. Peña Nieto es una gran piñata, pero no pasará de ahí.
Existe un pacto de impunidad, confirmado por personas muy cercanas al expresidente, donde Peña Nieto entregaba la Presidencia y se escondía al día después de la elección, facilitándole a López Obrador tomar el poder seis meses antes de que jurara ante la Constitución, a cambio de que su sucesor no lo perseguiría. López Obrador transmitió señales equivocadas en los primeros meses del nuevo gobierno, al dar luz verde al fiscal Alejandro Gertz Manero para investigar a Peña Nieto y procesarlo.
Pero las señales cambiaron. ¿Decidió López Obrador cumplir su pacto? No ha sido su costumbre respetar acuerdos ni ser agradecido con quien lo ha ayudado. En Tabasco saben muy bien de ello, desde los años mozos de López Obrador. Lo que probablemente lo hizo cambiar de opinión en definitiva fue enterarse que Peña Nieto se había llevado como seguro político una videoteca muy comprometedora para el Presidente y su primer entorno.
López Obrador, fue informado en diciembre de la existencia de una colección de videos que podrían dañar irreversiblemente la imagen de honesto que ha construido por años, y se puso muy nervioso en enero pasado, cuando se publicó la investigación sobre la casa gris donde vivió su primogénito José Ramón en Houston, que le produjo una cólera que aún no se le baja. Pero no fue por ese trabajo, sino porque la víspera y un día después del material que produjo Raúl Olmos, jefe de Investigaciones Periodísticas de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, aparecieron dos videos de su hijo menor producidos de manera independiente. La interpretación en Palacio Nacional fue que formaban parte de ese conjunto de videos que presumen tienen sus adversarios políticos.
No salió nada a la luz pública, pero López Obrador, de acuerdo con funcionarios federales, ya no recuperó la calma. En la segunda semana de marzo recibió información de que nuevos videos, más dañinos que los que habían salido hasta ese momento, iban a ser colocados en las redes sociales. En el Centro Nacional de Inteligencia no pudieron rastrearlos, con lo que presumían que aún no se subían a las redes sociales, pero los nervios se elevaron en la casa presidencial.
Como control de daños, López Obrador le envió un mensaje a Peña Nieto, que vive en los suburbios de Madrid, para asegurarle que no había ninguna investigación sobre él. El 4 de abril, luego de que la Fiscalía General le entregó un oficio a El Universal que solicitó por transparencia, el diario publicó: “No se investiga a Peña Nieto por caso Odebrecht”. Tres semanas después, López Obrador expresó su “respeto” y “agradecimiento” a su antecesor. Para entonces, según la UIF, ya sabían de las presuntas irregularidades, pero no dijo nada de ello el Presidente. No era necesario. Ayer sí.
El coliseo en Palacio Nacional recibió la noticia de Gómez con sed de sangre, sin reparar que no congeló las cuentas a las dos empresas familiares que detectaron transferencias con posible uso de recursos ilícitos, que ha servido para acusar de delincuencia organizada y lavado de dinero, en otros casos, justificando que no querían afectar las nóminas ni los pagos a proveedores. López Obrador, contra su costumbre, pidió la presunción de inocencia para Peña Nieto, y dijo que sólo lo enjuiciará si una consulta popular –que ya se realizó– se lo pide –no lo pidió–, porque lo suyo no es el circo ni el espectáculo. Ambos son su hábitat cotidiano, utilizando ayer a un peso pesado para el escándalo, pero con el mensaje claro para que no se ponga nervioso y distribuya videos. La imputación no pasará de la mañanera y puede seguir durmiendo tranquilo. De ahí una reacción simétrica de Peña Nieto: su patrimonio es legal. Sentadas las bases para cómo concluirá la investigación, la pantomima, por ahora, continuó.