En las últimas semanas, dos de los secretarios moderados en el gabinete del presidente de Andrés Manuel López Obrador han incurrido en decisiones controversiales e inexplicables, que en las luchas palaciegas de poder les restan poder en lugar de fortalecerlos. En la resbaladilla llena de jabón se encuentran Esteban Moctezuma y Marcelo Ebrard. El primero, secretario de Educación, acaba de meterse en un problema; el segundo, secretario de Relaciones Exteriores, está tratando de salir del suyo sin demasiadas heridas públicas.
Moctezuma, un funcionario que públicamente parece gris pero que siempre ha sido duro, acaba de dar un golpe de timón extraordinariamente osado, y de forma discreta le quitó prácticamente todo el poder a los subsecretarios de Educación. Oculto tras las recientes medidas de austeridad del gobierno y el recorte de los gastos de operación, Moctezuma publicó un nuevo reglamento interno de la Secretaría en donde creó nuevas secretarías generales, sumadas a las ya existentes, la mayoría de ellas dependiendo de él directamente.
Presupuestalmente, se puede pensar mediante ese tipo de acción que redujo gastos, que es lo único que ve la Secretaría de Hacienda y el Presidente, pero en el reacomodo incluyó adecuaciones a varios artículos normativos de la Secretaría. El más importante es el 52, dentro del Capítulo XI de la suplencia de los servidores públicos, donde se establecía que en caso de ausencia del titular, sería suplido, en este orden, por los subsecretarios de Planeación, Evaluación y Coordinación, de Educación Superior, de Educación Media Superior, de Educación Básica o por el Oficial Mayor.
La modificación que hizo Moctezuma establece ahora que en el artículo 53 del Capítulo VI de la suplencia de los servidores públicos de la Secretaría, “la persona titular será suplida en sus ausencias por las personas titulares de la Jefatura de la Oficina del Secretario, de la Unidad de Actualización Normativa, Legalidad y Regulación, de la Unidad de Promoción de Equidad y Excelencia Educativa, de la Unidad de Administración de Administración y Finanzas” y después de ellos, por los subsecretarios, excluyendo al Oficial Mayor.
De esta manera, Moctezuma se sacudió a los subsecretarios que le impuso López Obrador, y les restó poder, dejándolos en el rango de jerarquías por debajo de sus consejeros y jefes de Unidad, que son cargos que colocó sin injerencia presidencial. En el reacomodo financiero de la Secretaría, aprovechó para cambiar la correlación de fuerzas y construir una muralla en torno a él, hasta que el Presidente se dé cuenta de lo que hizo y empiece a dar explicaciones, o rectificaciones, como le sucedió a Ebrard.
La semana pasada brincó a la opinión pública la conclusión de una acción arbitraria que había tomado el canciller a principio de septiembre, cuando nombró “embajadora emérita” a la representante de México ante la Organización de Estados Americanos, Luz Elena Baños Rivas. Baños Rivas es una diplomática de carrera, cuya nominación el año pasado como representante en la OEA no generó oposición. El problema surgió cuando hizo el nombramiento Ebrard, que provocó indignación en el Servicio Exterior Mexicano por una razón inexplicable que llevó al canciller a cometer el monumental error al designarla “embajadora emérita”, en violación de la Ley del Servicio Exterior, que les requiere tener al menos 10 años de trabajo distinguido como embajador o embajadora de escalafón, algo que Baños Rivas no tenía. Apenas en 2018 fue ascendida escalafonariamente a embajadora.
Las presiones internas de los miembros del Servicio Exterior Mexicano se multiplicaron y rápidamente lo socializaron al enterarse del nombramiento de Baños Rivas, enviando correos electrónicos a varios periodistas, para trasladar un asunto intramuros a la arena pública, y ejercer presión de esa manera –porque Ebrard ignoró los reclamos–, para que se revirtiera la designación. La noticia no se hizo pública, pero el viernes la difundió en sus artículos periodísticos Jorge G. Castañeda, exsecretario de Relaciones Exteriores, quien definió como un “oso bananero” el tropiezo de Ebrard. “El canciller se habría quejado con su equipo de que no lo cuidaron de esta metida de pata, a él ‘que anda en veinte pistas’,” escribió Castañeda. “Tal vez debería concentrarse en una: la Secretaría de Relaciones Exteriores”.
El súper secretario de Estado patinó con Baños Rivas de una manera incomprensible. Fracasó también en cumplirle al Presidente su deseo para que Jesús Seade consiguiera la titularidad de la Organización Mundial de Comercio, por algo que quizás López Obrador no sabe: no hizo el cabildeo extraordinario que requería –un latinoamericano que remplazara a otro latinoamericano en el cargo, no era algo fácil de conseguir–, quizás porque la Casa Blanca no quería que fuera Seade quien se quedara con el puesto.
No ha jugado claro Ebrard con López Obrador, como tampoco Moctezuma le está siendo leal al Presidente, quien colocó en la subsecretaría de Educación Superior a Luciano Concheiro, como la persona con quien realmente vería los asuntos educativos en Palacio Nacional, y a quien el secretario ha buscado cómo neutralizarlo y deshacerse de él. Como no puede despedirlo, lo minimiza en responsabilidad. Como el Presidente no entiende de política exterior, Ebrard le coló una embajadora emérita.
Moctezuma y Ebrard traen la cabeza caliente, y están jugando a la politiquería, como define López Obrador a la grilla. Ambos son parte del grupo de moderados en el gabinete y el gobierno, que es una corriente que ha ido perdiendo capacidad de acción e influencia en el Presidente, que se ha corrido al ala de los radicales. Sorprenden los yerros de los secretarios, que se cuentan entre los más capaces y experimentados en un gabinete de bisoñas y gerontocráticos, quienes al querer pasarse de listos, perdieron espacio, como sucede con Ebrard, sometido a un intenso golpeteo en los últimos días, o se coloca en riesgo ante el Presidente, como Moctezuma. La recuperación ahora les será más difícil al haber regalado armas a sus enemigos.