En cualquier conflicto hay dos bandos y una franja gris entre los dos que se mantiene neutral o busca la conciliación. La guerra en Gaza ha seguido esa dinámica, pero no se parece mucho a otros eventos bélicos. La polarización fue instantánea, partiendo al mundo más allá de ideologías y religiones, que entre más dura la guerra más ancha se abre la fractura del conflicto más delicado en décadas, con el potencial de causar una guerra regional entre proxys de las potencias nucleares. Los antagonismos han causado todavía más divisiones, como la que estamos viendo desde ayer, cuando México, contrario a la posición de sus socios comerciales Estados Unidos y Canadá, respaldó la posición palestina y, junto con Chile, pidió a la Corte Penal Internacional en La Haya investigar la probable comisión de crímenes israelíes en Gaza.
En un comunicado dado a conocer en las redes sociales, la Cancillería mexicana señaló que la acción de los dos gobiernos –la secretaria Alicia Bárcena era embajadora en Santiago– obedece a la creciente preocupación por la última escalada de violencia israelí, en particular en contra de objetivos civiles, y la presunta comisión continua de crímenes bajo la jurisdicción de la corte. No llegaron a la postura de Bangladesh, Bolivia, Djibuti, Comoros y África del Sur, que acusaron a Israel de genocidio en La Haya, donde la semana pasada se celebraron las dos primeras audiencias del caso.
La postura de México es principista y se ve calculada, al limitarse únicamente a pedir la investigación, sin llegar a conclusiones. No obstante, como el abstenerse de votar en los foros internacionales es interpretado como apoyo a una posición dejando una puerta de salida, la interpretación de Israel va a ser de rechazo y crítica al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y de tensión y mayores desencuentros en la relación bilateral.
Lo que no sabemos es si responde a una reflexión colectiva que le permitió al Presidente ver los pros y contras de esa acción, o es consecuencia de un arranque emocional. La historia mexicana con Israel nos muestra que esa toma de decisión tiene consecuencias si está mal tomada, como le sucedió a México cuando el presidente Luis Echeverría ordenó al secretario de Relaciones Exteriores, Emilio Rabasa, que la resolución de las Naciones Unidas que definía al sionismo como una forma de racismo fuera votada a favor durante la Asamblea General el 10 de noviembre de 1975.
Echeverría cambió la decisión cuando ya estaba en curso la votación, y se envió un mensaje por télex –en ese entonces no había internet ni teléfonos móviles– a la misión de México en Nueva York, que se encontraba a casi un kilómetro del pleno de la Asamblea General, por lo que el cambio de instrucción, para cuando llegó, ya era muy tarde, pues México ya había votado. Al día siguiente, una de las principales organizaciones judías en Estados Unidos realizó una manifestación de apoyo a la que acudieron 200 mil personas, escribió en una historia de ese episodio Ariela Katz Gugenheim, del Centro de Documentación e Investigación Judío en México, al tiempo que el jefe de la misión norteamericana, Patrick Moynihan, advirtió que quienes habían votado por la resolución “sufrirían por ello”.
México entendió de lo que se trataba. El 23 de noviembre, apareció un anuncio en la edición dominical de The New York Times, que imprimía alrededor de un millón de ejemplares, donde se apelaba a “toda la gente buena” a boicotear turística y económicamente a México. Katz Gugenheim recordó que en dos semanas se comenzaron a sentir los efectos del boicot, con una ola de cancelaciones de decenas de viajes y miles de turistas que optaron por otras opciones de países en el Caribe que votaron en contra de la resolución. Echeverría buscó resolver el problema en que había metido a México buscando a los líderes de la comunidad judía y “medio disculpándose” con el embajador de Estados Unidos, Joseph John Jova, aunque después comprobó que mentía, agregó Katz Gugenheim. Echeverría despachó a Rabasa a Tel Aviv, y sentó las bases para que se suspendiera el boicot. Sin embargo, las posiciones de Echeverría contradecían lo que planteaba Rabasa, con lo que su puesto se había vuelto insostenible, y renunció antes de que lo cesaran.
En muchos sentidos López Obrador se parece a Echeverría, como en este caso, donde la ideología y la posición de ambos los ubicaron en el lado palestino. Echeverría estaba involucrado en el movimiento del Tercer Mundo, de las naciones que no estaban en ninguno de los bloques de Estados Unidos y la Unión Soviética, y había logrado la aprobación de la Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados en la ONU. López Obrador sueña con ser líder latinoamericano con reconocimiento mundial, aunque no ha hecho nada internacional de fondo, como sí hizo Echeverría.
El boicot judío a México provocó 30 mil cancelaciones y pérdidas por unos mil millones de dólares, alrededor de 5 mil millones de dólares a valor presente. Las condiciones internacionales hoy en día son muy distintas a las que se vivían en 1975, por lo que costos económicos no figuran en el horizonte. Pero son otras pérdidas las que podría tener López Obrador. Una de las probables razones por las que pudo haber decidido tomar esta acción es la resistencia de Israel para extraditar a Tomás Zerón, uno de los principales implicados en el caso Ayotzinapa, que le ha hecho creer que él es la clave para desenmarañar la investigación. Tras la petición a la Corte Penal, quizás ya no vea la extradición en su gobierno.
López Obrador puso a México a jugar en el lado ético de la Historia sin ambigüedades ni lenguaje vergonzoso, como lo hizo en el caso de la invasión rusa a Ucrania, y con su silencio ante la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua. Es cierto que va en sentido opuesto a Estados Unidos y Canadá, pero no sería la primera vez que un presidente mexicano lo hiciera y saliera avante.
AMLO puso a México a jugar en el lado ético de la historia sin ambigüedades ni lenguaje vergonzoso, como lo hizo en el caso de la invasión rusa a Ucrania, y con su silencio ante la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua