Este viernes, si el presidente Andrés Manuel López Obrador no manda otra cosa, se definirá el futuro inmediato de Claudia Sheinbaum, la precandidata presidencial. Sin estar en el centro de la arena pública, Sheinbaum se juega la credibilidad del mandato que le fue conferido y quedará completamente al descubierto si en verdad el Presidente le entregó el bastón de mando –símbolo de la entrega del poder en el partido– o si, como muchos consideran, le dio el bastón, sin entregarle el mando.
Esto se verá cuando el líder nacional de Morena, Mario Delgado, dé a conocer los nombres de las cinco mujeres y cuatro hombres que serán postulados candidatos para contender por nueve gubernaturas, cuya atención se centrará en la definición en la Ciudad de México entre Clara Brugada y Omar García Harfuch. Esta contienda, que ha sido salvaje y provocado la división interna del partido en el poder, tiene una lucha igualmente brutal en un plano superior, entre Sheinbaum, que apostó todo por su exsecretario de Seguridad y Protección Ciudadana, y el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, el mariscal de las legiones de puros que no han dejado de atacar a García Harfuch, y principal promotor de la exalcaldesa de Iztapalapa.
Sheinbaum y Ramírez Cuevas están enfrentados en una lucha de poder donde, hasta ahora, el vocero va ganando. Es un enfrentamiento shakespeariano entre dos de las personas más cercanas al presidente López Obrador, cuyo papel es desconcertante: Sheinbaum, que si las encuestas se mantuvieran en sus porcentajes actuales sería la próxima presidenta de México, ha sido obligada a luchar en el lodo con quien no es su par, Ramírez Cuevas, quien sólo por el respaldo de López Obrador –porque de otra forma no podría concebirse su beligerancia y los recursos humanos y económicos puestos al servicio de su causa– puede disputarle el poder, que la enfrenta con una fuerza delegada desde el despacho presidencial.
La precandidata presidencial empeñó todo su capital político por García Harfuch, a quien literalmente obligó a destaparse como aspirante a la candidatura del gobierno de la Ciudad de México. García Harfuch no quería hacerlo, y no había caído bajo el canto de las sirenas de las encuestas que lo colocaban como la figura con mayor posibilidad de ganar la elección. Sheinbaum no le permitió seguir en el cargo, pensando que sería la única alternativa para recuperar los votos perdidos en la ciudad en las elecciones federales de 2021. Ese fue también el argumento esgrimido ante López Obrador, para que no lo vetara.
García Harfuch fue un invento de Sheinbaum para que la arropara y evitar que una derrota por la Jefatura de Gobierno capitalina repercutiera también en el voto presidencial. A López Obrador nunca le ha gustado García Harfuch, pero le concedió a Sheinbaum, a manera de concesión política, su precandidatura. Parecía que navegaba tranquilamente por las aguas turbulentas de Morena, pero comenzaron a salir los monstruos.
Ramírez Cuevas, que paradójicamente forma parte del equipo de estrategia de Sheinbaum, comenzó a hacerle la guerra para tumbar a su candidato e impulsar a Brugada, que representa a los puros de Morena y que, a diferencia del exsecretario, tiene una hoja de servicio impecable a favor del movimiento de López Obrador. Más aún, Brugada es también la candidata del Presidente y que, como García Harfuch, ganaría la elección en la Ciudad de México. El Presidente también fue informado que con Brugada no se recupera mucho del voto perdido en 2021, lo que pareció importarle en un principio, pero ya no más.
López Obrador tuvo constantes titubeos, entre el pragmatismo y la ideología, lo que dejó un vacío para que Sheinbaum y Ramírez Cuevas, a través de sus soldados, libraran una guerra sin cuartel, dejando heridas muy difíciles de sanar. Brugada, por ejemplo, que trabajó de la mano durante años con Sheinbaum, quedó profundamente enojada y decepcionada con ella, por la falta de apoyo que le dio, rechazando de manera implícita la falta de neutralidad de la precandidata presidencial.
La actitud de López Obrador, que con el respaldo a Ramírez Cuevas ha enviado mensajes de por dónde está su corazón en la Ciudad de México, hizo dudar a Sheinbaum, que buscó elementos de prueba para reforzar que era García Harfuch, no Brugada, quien debía quedarse con la candidatura. Una encuesta que recibió no le dio el argumento. Brugada también ganaría la elección en la capital, y aunque no recuperará votos en las alcaldías que se perdieron hace poco más de dos años, no le alcanzaba para eliminarla de la contienda.
López Obrador ha dicho públicamente que será el pueblo el que decida, lo que es parte del discurso político natural, mostrar neutralidad en público e incidir en privado. No se sabe de una instrucción directa del Presidente al líder de Morena para que trabaje a favor de Brugada, pero Delgado entiende señales como que quien encabeza la oposición a García Harfuch y el apoyo a la exalcaldesa, sea Ramírez Cuevas. De ello se desprende que en los últimos días Delgado presentó el escenario de la victoria de Brugada en el proceso de selección, no por haber ganado la encuesta, donde su adversario se llevó la victoria en el último corte del fin de semana pasado, sino por el criterio de paridad de género ordenado por el Tribunal Electoral el martes.
No obstante que todo avanza hacia la victoria de Brugada, nada será cierto hasta que se anuncien quiénes se quedan con las candidaturas en las nueve entidades. El Presidente puede todavía cambiar de opinión, no porque García Harfuch se haya ganado su respeto, sino por cuidar a Sheinbaum de una derrota que no podría ocultarse. Pero al mismo tiempo, por su falta de escrúpulos, tampoco deberá extrañar si López Obrador, en esta definición estratégica, mantiene su apoyo a Ramírez Cuevas hasta el final.
El pleito palaciego no dejará a nadie tranquilo, pero ante la opinión política y la pública, una derrota de García Harfuch será interpretada como un revés monumental para Sheinbaum, clavado con un mensaje sobre quién manda aquí.