Hace poco más de un mes, el presidente Andrés Manuel López Obrador envió un mensaje al coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, a través de una persona muy cercana a él en la cámara, donde le ofrecía que, si dejaba de estar molestando –aunque utilizó un lenguaje mucho más florido y muy propio del Presidente–, le daría la candidatura del partido a la Ciudad de México. Monreal se ha vuelto un político muy incómodo para el Presidente y para los radicales de Morena porque en momentos claros para la propaganda de López Obrador, se ha deslindado. La última, la reforma electoral, que criticó por sus errores constitucionales.
El Presidente está harto de Monreal y la forma despectiva e insultante como se expresa de él, en Palacio Nacional se ha incrementado desde que no recibió respuesta alguna a su ofrecimiento de la candidatura capitalina. No hay explicación del rechazo tácito de la candidatura, pero no es difícil entender que simplemente no le cree. En 2018 se burlaron de él al asegurar que habría un proceso justo en la elección de la candidatura de Morena para la Ciudad de México, en cuyas encuestas resultó debajo de todos quienes aspiraban, dejando libre el sitio para Claudia Sheinbaum. A cambio de ello le ofreció López Obrador la Secretaría de Gobernación, que también incumplió, y terminó en el Senado, donde su operación política fue muy eficiente en momentos críticos para el Presidente, que no se agradecieron equitativamente en Palacio Nacional.
Sólo la capacidad de Monreal evitó un motín de morenistas en su contra que quería impedir que sus posiciones tuvieran un segundo periodo, pero derrotó la revuelta organizada por los radicales cercanos al Presidente. Monreal tenía los votos para ser presidente de Senado, pero para evitar con ello un quiebre que consideraba pudiera ser definitivo con el Presidente, maniobró para que un cercano a él se quedara en el cargo y él como presidente de la poderosa Junta de Coordinación Política.
En Palacio Nacional no saben cómo controlarlo y neutralizarlo. Monreal es como un pez en sus manos, y se les escapa constantemente con iniciativas que toman a Palacio Nacional de sorpresa. No ha dejado de pedir citas para hablar con el Presidente, que de manera sistemática han sido rechazadas, pero ha tenido otros lances que han disgustado, aparentemente por lo temerario, a López Obrador. El que más, cuando a través de su secretario particular, Alejandro Esquer, le dijo que le gustaría ir a la contramarcha del 27 de noviembre, pero brazo con brazo con López Obrador, como lo hicieron tantas veces en el pasado. Con palabras altisonantes, cuando fue informado de la petición, López Obrador ordenó a Esquer que no le hiciera caso, ante cuyo silencio Monreal se inventó un viaje a Madrid para no estar en México aquel domingo.
Monreal lo exaspera. De ahí la amplia conversación hace unos días de López Obrador con el líder de Morena, Mario Delgado, que le hizo un análisis de pros y contras sobre la expulsión de Monreal de Morena y eliminar, de una vez por todas, ese peñón que tienen en el zapato. Analizaron si era mejor esperar hasta que renunciara, una decisión que Monreal ha venido estirando por meses, pese a que todos los días, como dicen sus cercanos, “sale a las calles con la espalda siempre pegada a la pared”. Pero el senador no deja de estar activo en la política interpartidista. Mientras los morenistas en el Senado han tratado inútilmente de acotarlo, la incapacidad política que han mostrado para lograrlo le ha ido ganando aliados dentro de su propia bancada. Estimaciones que se han hecho a lo largo de semanas en el Senado apuntan que, de salir Monreal de Morena, de 12 a 20 senadores del partido se podrían ir con él, creando una fracción rebelde del Presidente con enorme fuerza, al quitarle una buena proporción de senadores a Morena, que tiene 61. Sus partidos satélites, el Verde y el PT, tienen sólo 11 representantes.
Esa posibilidad hizo más compleja la conversación entre el Presidente y Delgado, que esperaba que López Obrador le autorizara la expulsión del senador, que ha sido su deseo hace bastante tiempo. Las opciones que barajaron en esa reciente plática iban desde discutir la expulsión con el principal consejero político del Presidente, Rafael Barajas, el Fisgón, monero de La Jornada y responsable de la formación de cuadros del partido, y el secretario de Gobernación, Adán Augusto López. Las opciones revisadas fueron varias. En una pensaron que la radical Citlalli Hernández, senadora y secretaria general de Morena, que tiene bajo su control a varias senadoras extremistas, provocara un cisma en el Senado que concluyera con la petición de expulsarlo. En otra analizaron que la Fiscalía General de la República le abriera una carpeta de investigación para presionarlo por la vía penal.
El plan que más le gustó fue el de la senadora Hernández, y López Obrador pidió que se unieran a la reflexión otros actores cercanos a él, como el secretario de Gobernación, el director de Comunicación Social de la Presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, que es el jefe de la propaganda gubernamental y uno de los operadores políticos del Presidente, y el coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas. El consenso de ellos fue que utilizar a Hernández sería contraproducente. Ante esas posiciones de gente muy cercana a él, López Obrador echó marcha atrás a la expulsión de Monreal e instruyó a Delgado que, por el momento, no mueva nada en contra del senador.
La apuesta en Palacio Nacional es al desgaste de Monreal, creándose de manera natural condiciones para su salida del partido. La decisión es la más inteligente, pero hay un problema. Han sido tan claros los desprecios y ataques contra Monreal durante tanto tiempo, que lo hicieron víctima del poder presidencial y lo han fortalecido, dentro y fuera de Morena. El senador ganó tiempo, pero sólo eso. Saldrá en algún momento de Morena, donde hace tiempo ya no tiene cabida.