Sólo a quienes se toman a pecho o muy en serio cuanto el presidente de la República dice, les resulta difícil reconocer algo obvio. La estrategia del mandatario es estirar cuanto más pueda la liga y, aun a costa de hacer del riesgo un peligro, derivar ventajas de la tensión y la polarización que provoca. En más de un campo y de una ocasión, ha echado mano de ese recurso.
Ahora, en puerta el concurso que pondrá en juego el poder de nuevo está resuelto a estirar cuanto dé la liga con tal de correr a los afines y los contrarios al extremo correspondiente. Oríllese a su polo es la consigna y no abrir espacio a ninguna tercera vía, así pierda el voto de amplios sectores de clase media. A un lado o al otro. Nadie al centro porque ello implica negociar y conciliar, y eso no es lo suyo.
En la pretensión presidencial de transformar el régimen y consolidar su proyecto, asumiendo no contar con los resultados esperados, lo suyo es confrontar, vencer y ganar tiempo. Por eso, sataniza al centro político, arguyendo que esa posición supone zigzagueo, indefinición o titubeo. Falso. El problema de ubicarse ahí lo obligaría a sentarse en el escritorio y dejar el territorio donde mantiene viva la base social que lo sustenta. El gobierno ya no sería una campaña perpetua y, además, tendría que rendir cuentas ante propios y ajenos, responsabilidad que le gusta exigir a otros, pero no cumplir él.
Ahí, quizá, se explica la recurrente burla, hostigamiento e, incluso, grosería presidencial hacia quienes lo cuestionan, lo resisten o se le oponen. Los asedia e irrita a fin de entretenerlos con sus lances, posicionarlos donde le conviene y convertirlos en el adversario ideal para animar a los suyos y, en paralelo, construir al contrario que necesita. No sobra recordarlo, lo que resiste apoya. Sin embargo, no come fuego. Tiene una certeza: los organismos de la sociedad civil podrán resistirlo, incluso tener un cierto discurso, pero carecen de propuesta o bandera propia y sobre todo de instrumento –partido(s)– con qué ofrecerle competencia.
Arriesga con tal de ganar, aunque lata el peligro de reventar la liga.
...
La decisión presidencial de estirar lo más posible la liga queda de manifiesto en la publicación del decreto de la reforma de las leyes que integran el plan B electoral.
No escapa al conocimiento del mandatario que el destino probable de ese plan sea el del fracaso tras la derrota de la reforma constitucional del régimen electoral. (Vale la pena leer el artículo “La hora de la Corte… y del Tribunal Electoral” de Jorge Alcocer en el sitio web del mensuario Voz y Voto, https://bit.ly/3KQRtxj). Él mismo ha dicho que si aquello sucede, no pasa nada. Sin embargo y a sabiendas de ello, no lo tentó la idea de ejercer el veto de bolsillo (cancelar la publicación del decreto) ni mostrarse capaz de corregir un error, aflojar la presión sobre los ministros de la Corte, congraciarse con quienes han impugnado esa reforma y recuperar la bandera que le regaló a la resistencia civil y la oposición partidista, dejándolas sin nada qué enarbolar.
No, mantuvo estirada la liga pese al costo que tenga en las urnas, confinando en el respectivo extremo a seguidores y perseguidores, a cambio de polarizar las posturas y a fuerza ganar la próxima contienda por el Ejecutivo, aunque abriendo una interrogante sobre el dominio del Legislativo.
Fiel a su costumbre, el presidente López Obrador no oculta su estrategia, la despliega, aun si el factor externo (prensa, gobierno y congreso de Estados Unidos) busca incidir en ella, consciente que, si la liga se revienta, el ligazo del desastre lo golpearía a él, a quien podría sucederlo y, desde luego, al país.
Nadie puede llamarse a engaño.
...
También hay claridad en otra cuestión. Las dirigencias de los partidos opositores no ofrecen ninguna garantía a los organismos y las personalidades de la sociedad que los instan a coaligarse y, unidos, ofrecerle competencia al gobierno y su partido. A ellas ni necesidad de ponerles zancadillas, se tropiezan solas. Dan pena ajena.
La reacción del panista Marko Cortés ante el revés supuesto en la declaratoria de culpabilidad de quien fuera el policía estrella de los gobiernos que su partido impulsó, lo pinta no de azul, sino de cuerpo entero, dejando ver su interés por preservar a su grupo al frente de ese partido, ajeno a la idea de construir una auténtica opción de poder. La situación del priista Alejandro Moreno, otra vez emproblemado con la legalidad y la legitimidad de su mandato después de agosto, es aún más lamentable: revela su empeño por salvar el pellejo y, si se puede, la fortuna. Y no hay mucho qué decir, de la limosna política que busca con ansia la dirección del perredista, Jesús Zambrano.
Con ese vehículo político, la alianza 'Va por México' y los organismos sociales no llegarán lejos. Ahí se explica, quizá, por qué Movimiento Ciudadano se aparta de esa aventura. Más vale ir solos que mal acompañados.
...
Si ya sabe que Andrés Manuel López Obrador está resuelto a estirar la liga y que la oposición partidista no ata ni desata, la incógnita es qué harán la resistencia civil agrupada en los organismos sociales y quien finalmente se quede con la candidatura presidencial de Morena.
Ambos son presa de una circunstancia difícil de resolver. Resistir sin una propuesta y sin un instrumento para dar la batalla es reducir la acción a la queja. Jugar a suceder al mandatario dejando en sus manos la estrategia de un juego donde él ya no estará en la boleta implica hipotecar de antemano la victoria.
Y se sabe, en este juego de estirar y tensar la liga para disparar al contrario el castigo es parque, liga, ligazo, patada o manazo.