René Delgado: Querer y poder

Es hora de reubicar el límite y el horizonte, de rebalancear el querer con el poder
Es hora de reubicar el límite y el horizonte, de rebalancear el querer con el poder
Es menester desprender lecciones,Es hora de reubicar el límite y el horizonte, de rebalancear el querer con el poder
Esmeralda Ordaz
autor
René Delgado
Analista, periodista y escritor
2023-04-28 |07:49 Hrs.Actualización07:49 Hrs.


Lo primero y principal. ¡Qué bueno que el presidente de la República convalece! Ojalá recupere pronto todas sus capacidades y habilidades porque cuando el presidente falta, la República se estremece. Y no es esta la primera vez que él sufre esa experiencia y el país la padece.

Siempre es duro, durísimo, desprender lecciones de alguna enfermedad o dolencia y, en esa condición, reubicar el límite y el horizonte de uno mismo. No es nada sencillo ni fácil de aceptar. Menos aún, cuando sobre los hombros pesa tamaña responsabilidad como lo es ocupar la Presidencia de la República y, en esa función, se sacude a las instituciones con la pretensión de transformarlas sin un mapa ni una ruta.

Andrés Manuel López Obrador lo sabe. Tan lo sabe que ha adoptado actitudes o emprendido acciones relacionadas con esa realidad y voluntad. Actitudes y acciones que pueden resumirse en decir no pertenecerse más, escribir un testamento político, empeñarse en asegurar la base de la supuesta transformación, fijar los pendientes, atar el próximo gobierno a la idea de continuidad con cambio, encorsetar a quien finalmente lo suceda y, quién quita, si no un día elabora un pliego de instrucciones o un tutorial de cómo gobernar más adelante.

De ahí la importancia de desprender lecciones, reubicar límites y reconocer algo muy simple: querer no siempre es poder.

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Convalecer es recobrar las fuerzas perdidas por enfermedad y, agrega el diccionario –refiriéndose a una persona o colectividad–, salir del estado de postración o peligro en que se encuentran. Esa es la clave de la circunstancia: la recuperación del presidente López Obrador y el alejamiento nacional del peligro. 

No importa dilucidar qué tan bien o qué tan mal se comunicó el trance en que el mandatario estuvo, menos cuando el estilo personal de éste inhibe –aun en situación de crisis– la capacidad de decisión de sus propios colaboradores. Prueba de ello, el mismo relato presidencial de lo sucedido. En el video que afortunadamente subió la tarde de antier, el mandatario narra algo revelador. Dice que, cuando los médicos militares pidieron instrucciones al general secretario de la Defensa, Crescencio Sandoval, para hacer lo correspondiente y éste asintió, el mismo López Obrador los contuvo con cierta dosis de humor.

“Los charoleé. Les dije: miren, él es el general secretario, pero yo soy el comandante supremo de las Fuerzas Armadas. Entonces –les advirtió–, no me van a llevar a ningún lado. Aquí, en este sillón, me van a atender. Y ya me tomaron la presión, me pusieron un litro de suero, me levantaron la presión y ya. Afortunadamente, no pasó a mayores.”

Si en esa condición, el presidente López Obrador determinó dónde habrían de atenderlo, es difícil ponerse en los zapatos de quienes deberían de comunicar lo sucedido. Ese es el problema de concentrar el poder y fincar el mando en una sola voz. Qué valiente iba a definir la estrategia de comunicación, sin la autorización y el beneplácito presidencial para, luego, como ocurrió, ser desmentido. El pasmo de los colaboradores es la consecuencia natural de ese este estilo personal de gobernar.

No, lo importante es dilucidar si el presidente López Obrador tiene cabal conciencia de la circunstancia, si desprende lecciones de la fragilidad de su salud y de la dificultad del proyecto que impulsa.

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Estos últimos meses ha sido notorio cómo en más de un frente el proyecto presidencial sufre reveses y cómo la desesperación comienza a estampar su sello en la actuación presidencial.

Tras más de un año de su inauguración, el aeropuerto Felipe Ángeles no acaba de despegar. En diciembre, se vino abajo la reforma constitucional del régimen político-electoral y en menudo lío se encuentra el remedo de reforma reglamentaria, el llamado plan B electoral. A finales de año, el afán de colocar en la presidencia de la Corte a una incondicional que resultó falsaria fue contraproducente. Desde hace semanas, la inacción oficial ante el crimen organizado tensa la relación con Estados Unidos, donde cada vez más son las voces radicales que reclaman una acción directa unilateral aquí. Un mes atrás, dejar asfixiar y calcinar hasta morir a cuarenta migrantes en la prisión improvisada del Instituto Nacional de Migración, hizo tocar fondo a la política migratoria, militarista y persecutoria, adoptada a causa de la presión de Estados Unidos. La semana pasada, se ordenó regresar la Guardia Nacional a la Secretaría de Seguridad, tras adscribirla por la puerta de atrás a la Defensa. Antier murió sin nacer el Instituto Nacional del Bienestar. De tiempo atrás, la falta de reglas y acuerdos en el juego sucesorio distrae la acción de gobierno... Y, ahora, los legisladores de Morena cierran con broche de ignominia el afán de atender a como dé lugar las iniciativas del Ejecutivo. Por fortuna, la estabilidad económica y financiera se mantiene.

Ante ese cuadro, la reacción presidencial no se ha echado esperar. El lenguaje corporal, gestual y oral del mandatario refleja a un hombre irritable, tenso, desesperado, molesto, incontenible y, por momentos, harto o fatigado, presa del calendario sexenal que marca el fin del otoño.

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Como en las dos ocasiones anteriores, un virus ha obligado al presidente López Obrador a suspender actividades y guardar reposo. Más allá de la voluntad, la realidad. Querer no es poder.

Es momento, entonces, de desprender lecciones, reubicar el límite y el horizonte, recalcular los pasos y reconocer que en esto importa el ser, el modo del ser y desde luego la República. Ojalá se recupere pronto el presidente de la República. No es cosa de ponerse chiqueadores en las sienes.