Al modo de las películas donde el actor sale a la calle, levanta el brazo, grita ¡taxi! e, ipso facto, un automóvil en condiciones aceptables lo recoge para llevarlo a su destino, los organismos cívico-sociales impulsores del frente opositor vieron al PRIAN como un vehículo de alquiler que, pese a su deplorable estado, podría sacarlos del supuesto infierno donde estaban y llevarlos adonde querían: un paraíso imaginario.
Hoy, dada la ruta tomada por ese taxi y la actitud de sus choferes, los dirigentes de Unid@s –si aún se llama así, la suma de esos organismos– deben una disculpa a quienes embarcaron en esa aventura que, por lo visto, no concluirá como ni donde esperaban.
Los promotores de esa coalición deben bajarse del taxi y rendir cuentas. Explicar cómo esa alianza partidista tomó su propio derrotero. No hay de otra. A menos, claro, que consideren tener la fuerza y la autoridad para obligar a esos partidos a rectificar el rumbo y retomar el camino originalmente trazado.
Guardar silencio, como hasta ahora han hecho, terminará por hacerlos cómplices de una trastada, con visos de convertirse en un monumental fracaso. Vaya dejada.
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Pese a la enjundia con que esas agrupaciones ciudadanas resistieron desde el inicio y de distintas maneras al proyecto lopezobradorista, nunca intentaron concebir, crear y organizar un nuevo partido.
Lejos de emprender la ardua y compleja tarea de juntar las piezas y armar un vehículo para hacer política en serio y formular una propuesta, esos grupos resolvieron moverse con lo que había, a sabiendas del estado, las condiciones y los intereses de los partidos opositores, así como de la mezquindad y pequeñez de sus respectivas dirigencias. Les resultó fácil tomar la vía corta, viendo a los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional y de Revolución Democrático como un coche de alquiler, cuyos conductores quedarían satisfechos con el empleo y la propina. Se equivocaron.
En privado, algunos dirigentes de Unid@s argüían que, ante la acelerada destrucción de las instituciones acometida, a su parecer, por la administración, lo urgente era detener la devastación y desplazar del poder a Morena. Tal apremio anulaba la posibilidad de construir un partido y elaborar una proposición alterna. Justificaban, así, el echar mano de los partidos que, aun antes del Pacto por México, daban muestra de haber perdido la brújula y el contacto con la ciudadanía, así como estar en vías de descomposición o extinción. Oponer sin proponer, resistir sin apoyar se convirtió en su credo y el taxi en su vehículo.
Aun antes de iniciar el actual proceso electoral, incluso, desde las elecciones intermedias, los organismos cívicos-sociales vieron que el vehículo se desviaba de la ruta y los choferes iban a y por lo suyo. No repararon en lo evidente: no los llevaría adonde querían.
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Vino, entonces, la marea rosa. Las marchas que, a finales del año pasado y principios de este, dieron nuevo brío al activismo de Unid@s, pujanza en la cual los partidos opositores parecían ir a remolque o de cabús.
Al finalizar la segunda marcha, Xóchitl Gálvez, quien cobró inusitada presencia pública por el portazo que recibió cuando quiso ejercer su derecho a la réplica en la conferencia presidencial matutina, comenzó a oír el canto de las sirenas. El ingenio, la chispa, el protagonismo y la reacción rápida exhibida por la hidalguense llamaron la atención de quienes buscaban una figura carismática, luchona, inteligente y simpática, capaz de dar batalla electoral y voltearon a verla no como candidata al gobierno capitalino –aspiración original de la entonces senadora–, sino como abanderada en la contienda presidencial… y Xóchitl sucumbió a la tentación de mudar a la otra esquina su pretensión.
Activistas, intelectuales, periodistas y políticos opositores vieron en ella al personaje requerido en la justa presidencial y la promovieron. Se encandilaron a tal grado entre ellos que el interesante método y proceso de selección elaborado por Unid@s para determinar quién debería de representarlos, no tuvo el final feliz previsto. De manera abrupta le aseguraron a Gálvez la precandidatura, dejando inconcluso el concurso interno.
No sólo sus promotores, también el presidente López Obrador vio en Gálvez un filón político. Cocorearla la hacía crecer; no hacerlo la disminuía. Sin querer o adrede, el mandatario practicó el doble ejercicio. Así, la creció para salir de una adversaria competitiva en la Ciudad de México, luego la disminuyó al verla ya como contrincante de su movimiento en la lucha por la Presidencia.
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Todavía en su discurso del primero de septiembre en el Congreso de la Unión –“la esperanza ya cambió de manos”–, Xóchitl Gálvez parecía estar en condición de crecer, dar la talla y la batalla en la contienda presidencial, ahora ya no.
Quizá corrija, pero hoy el carecer de estrategia, equipo eficaz, foco de interlocución, propuesta, eje en el discurso y, sobre todo, el carecer de la certeza de contar con el respaldo y la cohesión de la coalición de partidos que la ampara, disminuye su posibilidad electoral.
Xóchitl Gálvez recorre el país, pero no hace campaña como tampoco coordina a la coalición y mucho menos palomea o participa en la lista de candidatos a las otras posiciones que están en juego. Los partidos de la alianza, con qué nombre amaneció, tomaron ya su propia ruta para ir por lo suyo así sea entre golpes y jaloneos, sin importarles el pasaje.
Los promotores de esa coalición, los organismos cívico-ciudadanos deben una explicación a quienes embarcaron en ese vehículo. ¡Bajan!
En breve
Más de uno abriga la esperanza en que el nuevo rectorado pueda sacudirse el desprestigio acarreado a la Universidad Nacional por la presunta ministra.