Los demonios no andan sueltos al menos todavía, pero sí las tentaciones.
A los dos bloques políticos en pugna los tienta el ansia de recuperar o conservar el poder a como dé lugar, sin reparar gran cosa en el sentido de la ambición. Ambos han rebajado el discurso al nivel de la consigna “más de lo mismo al derecho o al revés”, reduciendo la alternancia o la permanencia en el poder a una suerte de volado donde, caiga de un lado o del otro, la moneda es la misma.
Pese a la negación, el parecido entre ellos es cada vez mayor y provocan –como se dice– nostalgia por el futuro.
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Tanto el Frente Amplio por México como la alianza encabezada por Morena invirtieron las piezas del concurso, por no decir del rompecabezas.
Ambas fuerzas concentraron la atención en el quién deberá abanderarlos, así como en el método de selección, pero no en para qué. Le dieron más peso a la posición que a la postura, al juego que al objetivo. Así, quien se haga de la candidatura presidencial de uno u otro bando se ganará el galardón sin contar con una hoja de ruta. En cierto modo, las y los concursantes participan a ciegas en la competencia.
Diciendo que lo suyo es una coalición no sólo de índole electoral, sino también política e, incluso, de gobierno con gran y renovada perspectiva, el programa del Frente es un enigma, y con los charlatanes designados como responsables de elaborarlo es difícil pensar en un documento serio. El programa se convirtió en propina o reintegro de políticos desahuciados, en hueso al que le podrán agregar algo de retazo, si ganan. Sin ese proyecto acordado y compartido, las finalistas del concurso, la filopanista Xóchitl Gálvez y la priista Beatriz Paredes, plantean propuestas –Gálvez, a veces disparates– sin sustento ni un marco de referencia serio, dejando en duda para qué quieren el poder.
Algo no muy distinto sucede en la alianza encabezada por Morena. En principio, el seis de septiembre, al revelarse de quién es la candidatura presidencial, ese personaje deberá suscribir el proyecto de nación preparado por la Comisión integrada con ese propósito. Una Comisión donde conviven mentes brillantes y brillosas, dogmáticos y relativistas que, en supuesta consulta con el pueblo, determinarán dónde profundizar la llamada cuarta transformación. Bajo esa limitante y con apretadas ataduras, los aspirantes presidenciales recitan el principio de “la continuidad con cambio” dictado por el líder, haciendo de él su más elocuente discurso o motivo para, en una suerte de gran atrevimiento, anunciar molduras de adorno a lo ya preestablecido.
Así, los discursos de unos y otros son una letanía aburrida, cuando no el script de una standupera sin muchas tablas en la comedia ni la política.
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En tal circunstancia, los estrategas del respectivo concurso con la aquiescencia de los aspirantes presidenciales resolvieron hacer de la anteprecampaña un ejercicio absurdo. Una palestra para mostrar músculo o carisma político, sazonado con una que otra idea u ocurrencia, no arena para presentar un proyecto de gobierno donde los posibles ejecutores exhibieran destreza y liderazgo para llevarlo a cabo.
El Frente se encuentra entrampado. Echado andar el proceso de selección de la candidatura, se llevó un par de sorpresas. La primera, la irrupción de Xóchitl Gálvez en la escena, catapultada por la perversidad o la testarudez presidencial e impulsada por un grupo de académicos, periodistas, intelectuales y ciudadanos profesionales que le vieron carisma y potencial electoral. La segunda, cuando ya resueltos y resignados a postular a Gálvez, la aspirante Beatriz Paredes comenzó a crecer por sus propios méritos y por la desvencijada maquinaria tricolor. Hoy, en el Frente se truenan los dedos y se comen las uñas, sin digerir las ansias de volver a ocupar Palacio Nacional. ¿Cómo garantizar la candidatura a Xóchitl sin violentar el proceso de selección ni provocar fisuras en el Frente? ¿Si es el caso, cómo asegurar que la natural rebeldía y simpatía de ella se revierta en su contra? ¿Cómo imponerle un plan, si carecen de proyecto? ¿Cómo acusar de populista al actual inquilino de Palacio, cuando quizá proponen otro en su reemplazo? Qué nervios. Alternar para seguir en lo mismo, pero al revés.
En la alianza de Morena, el cuadro también es complejo. El método de selección se pensó para una circunstancia distinta a la prevaleciente. Se impuso a los concursantes recorrer el país sin debatir ni confrontarse, limitándose a recitar los postulados de la transformación y lanzar loas a su líder, mientras la dirigencia del partido cerró los ojos ante la espectacular desigualdad entre los competidores. Se privilegió a quien antes del concurso ya tenía amarrados los apoyos y, sin decir mucho, presumía fuerza. Luego, en el colmo del absurdo, a Morena que tanto le gusta consultar al pueblo por cualquier tiquismiquis, esta vez optó por encuestarlo para definir la candidatura cuando, desde hace tiempo, se sabe. Y en el desarrollo del concurso, el líder del movimiento y padrino de los nominados se destacó por armar conflictos que comprometen a quien lo suceda y por dar muestra, más allá del dicho, del trabajo que le cuesta entender y asumir el ocaso del sexenio. Así, con temor a que el movimiento pierda impulso o pista, quien haga suya la candidatura se verá obligado a tener por lema: más de lo mismo como iba.
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Seleccionada la correspondiente candidatura viene una pausa. Ojalá entonces se reflexione que alternar o continuar en el poder sin un proyecto, no constituye una gran elección.
En breve
Qué gala de la presunta ministra. Sin plantear grandes tesis, cumple con la expectativa por la cual fue propuesta para sentarse en la Corte y votar conforme al dictado.
. Así, recuperar o continuar en el poder sin saber para qué no supone una gran elección.