Un grupo de jóvenes con el rostro cubierto ha ido escalando el nivel de las protestas por los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
En jornadas distintas, han estallado cohetones en la sede de Gobernación, el Senado y Relaciones Exteriores; y el lunes en un centro de arraigo de la Fiscalía General de la República en la alcaldía Cuauhtémoc derribaron un portón.
Paralelamente, en el Zócalo capitalino se instaló un campamento por los estudiantes asesinados el 26 de septiembre de 2014.
El caso pinta para convertirse en uno de los dolores de cabeza del final del sexenio de Andrés Manuel López Obrador y, simultáneamente, permite observar la diferencia con que opera el AMLO presidente con respecto al AMLO dirigente social.
Porque cuando el tabasqueño era líder opositor, aplicaba una lógica que parece haber olvidado hoy que tiene que responder a demandas sociales que en su momento abanderó.
De hecho, el 15 de febrero en la mañanera y en el marco de los bloqueos carreteros de transportistas que denuncian inseguridad, advirtió que las movilizaciones no abrirán las puertas de Palacio.
“Todo lo que sea justo en el caso de los transportistas está siendo atendido”, dijo ese día, “pero que no estén pensando que es lo mismo de antes de que: ‘a ver, que vamos a tomar las carreteras y nos va a recibir en Palacio’. No, primo hermano, no, no, si eso ya cambió, ya cambió, ya esto ya es otra cosa”.
El Presidente procedió a explicar que según Gobernación se han realizado muchas reuniones con los transportistas (120, de acuerdo con la titular, Luisa María Alcalde), y que los que se levantaron del diálogo tienen “un plan con maña”.
Lo real es que desde el inicio del sexenio Andrés Manuel cerró las puertas de Palacio Nacional a prácticamente todos los colectivos, y si bien continuó las reuniones con los padres de los 43, ese diálogo ha caído en un impasse y en descalificaciones de ambos lados.
Porque en esa misma conferencia mañanera de hace tres semanas, López Obrador reconoció que Ayotzinapa es uno de sus pendientes, mas reiteró que cree que los padres están mal informados, o mal influenciados, de lo que hace su gobierno para esclarecerlo, y aceptó que no tiene tiempo para cumplir peticiones que demandaban acceso por varios meses a los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Sin embargo, su manera de tratar de concluir ya y a como dé lugar el caso Ayotzinapa, contrasta con algunas situaciones que él mismo advierte en su libro Gracias sobre cómo en su manera de negociar desde la movilización popular era importante “rechazar proposiciones indecorosas e intentos de cooptación, porque querían que desistiéramos de la lucha y que aceptáramos cualquier cosa a cambio”.
En la forma en que procesa la promesa a los 43, el Presidente olvida la advertencia que hace en ése, su más reciente libro, en el que señala que “cuando hay protestas debe considerarse que una cosa es el agravio que sentimos los dirigentes, y otra muy diferente es el ultraje y la humillación que secularmente ha padecido nuestro pueblo y que tiende a generar reacciones muy fuertes. De modo que es indispensable conocer la psicología del pueblo y tener todos los elementos para evitar que se dificulte la conducción”.
Finalmente, López Obrador apunta: “Un dirigente con autoridad moral debe estar dispuesto a enfrentar los mismos riesgos que corre la gente; es aquel que puede poner en riesgo su vida, pero sabe que no tiene derecho a poner en riesgo la vida de los demás”. Ojalá se leyera a sí mismo.