Antes de adquirir The Washington Post, escribe su exdirector Martin Baron, Jeff Bezos había leído la autobiografía de Katharine Graham, la legendaria dueña del rotativo que galvanizó su fama en tiempos de Richard Nixon. Un pasaje capturó particularmente al multimillonario de Amazon.
Quien haya leído a Graham, o incluso la autobiografía de Ben Bradlee, mítico director que condujo a Bob Woodward y Carl Bernstein en la cobertura del caso Watergate, recordará que el enfrentamiento de ese diario con el gobierno de Estados Unidos inició antes del episodio que tumbaría a Nixon.
Ahora Baron publica sus memorias con respecto al Post, que dirigió ocho años, cuando pasó de los descendientes de Graham a Bezos. El libro es muy recomendable, particularmente en estos aciagos días en que un Presidente mexicano se cree, y lo declara, por encima de la ley.
En Collission of Power, Trump, Bezos and the Washington Post, Baron retoma la famosa amenaza que Graham recibió de John Mitchell, exprocurador y jefe de la campaña de Nixon, cuando estaban por publicar otra exclusiva sobre Watergate. Reproduzco la cita de Historia personal (2018), de la propia publisher: “Cuando Bernstein le llamó para confirmar la noticia, dio un alarido y gritó: ‘¿Piensas publicar esa mierda? ¡Es todo mentira, y Katie Graham va a pillarse las tetas en una máquina de escurrir si se publica!’”.
Baron cuenta que al comprar el diario en 2013, Bezos subrayó en una nota a la redacción que los Graham habían demostrado dos clases de coraje: el que les llevaba a no apresurarse a publicar, sino que, sabedores de que estaba en juego la reputación de las personas, siempre buscaban más fuentes, más verificación; y el coraje para decir a su redacción: sigan investigando sin importar las consecuencias que traiga el publicar.
“Si bien espero que nadie nunca amenace con poner una parte de mi cuerpo en los rodillos de una máquina de escurrir, si lo hacen, gracias al ejemplo de la señora Graham, estaré listo”, relata Baron que dijo Bezos.
El nuevo dueño fue más allá. Como la redacción dudaba de las intenciones de Bezos al comprar el Post, de si no los usaría para ganar ventajas para una de las compañías más famosas del mundo, de si no llegaba para censurar o pedir coberturas a modo, en su intento por cimentar la confianza de que no cambiaría la línea editorial que cinco décadas atrás los volvió referente mundial, en octubre de 2017 llegó con un regalo especial para el Post. Cual repartidor de Amazon, dejó un enorme paquete, pero pidió esperar para el unboxing.
Bezos había comprado un antiguo exprimidor de rodillos para ropa. Ordenó hacer una mesa especial para exhibir su regalo. El escurridor fue colocado en la sala de conferencias que lleva el nombre de Bradlee. Y se le puso una placa.
“Bezos me diría más tarde que la leyenda grabada en la placa”, cuenta Baron, “estaba inspirada en declaraciones hechas por mí sobre cómo debería responder el periodismo ante los ataques. ‘Si éstos llegan, que así sea. Sólo hagan su trabajo, lo mejor que puedan, a donde quiera que los lleve’”.
El escurridor, concluye, está en la sala de conferencias como un recordatorio de la tarea del Post ante cualquier amenaza “e idealmente”, en palabras de Bezos, “más como una protección que como un presagio”.
Esta anécdota es la parte final del capítulo llamado La democracia muere en la oscuridad, eslogan asumido por el Post en tiempos de la presidencia de Trump, otro individuo que declaraba que la prensa era la enemiga a vencer.