Tras los resultados del 2 de julio de 2006, el candidato priista Roberto Madrazo recibió una llamada. Iba en trayecto a reunirse con sus compañeros de campaña a fin de determinar qué iban a hacer luego de que las tendencias favorecían a Felipe Calderón. En eso recibió una llamada del entonces perredista Ricardo Monreal.
El zacatecano quería transmitirle un mensaje de Andrés Manuel López Obrador. Era algo más que un recado, era una propuesta: nos robaron la elección, no podemos permitirlo, juntos podemos hacer que esto no se consume, le comunicó –palabras más palabras menos– Monreal a Madrazo, según alguien que supo de la conversación. El priista respondió que no, que declinaba. El entonces perredista le insistió que lo pensara, que hablaran más tarde, que dialogara con AMLO.
Ése habría sido el primer intento de López Obrador por impedir que Calderón consumara su triunfo. Un segundo, además claro está del plantón Zócalo-Paseo de la Reforma instalado por Andrés Manuel y los suyos, ocurrió meses después, cuando el tabasqueño cambió de interlocutor en el PRI, cuando pretendió negociar con los diputados del tricolor para que no se instalara la sesión de toma de protesta del panista. De nueva cuenta, los priistas no secundaron las peticiones de quien según el cómputo oficial quedó a .56% de los votos de ganar. No sobra recordar, sin embargo, la caótica ceremonia en que Felipe trabajosamente juró respetar la Constitución.
Traigo a cuento estas anécdotas y pasajes luego de la columna de Diego Petersen del martes, titulada Las listas en blanco y negro, texto –por supuesto– referente a lo que vimos hace unos días cuando los bandos que polarizan se pusieron a acusarse mutuamente de hacer listas negras.
Petersen remató su texto así: "Lo que se juega en la elección del 2024 no es mi lista o tu lista sino la estabilidad de la democracia mexicana. Lo importante no es quién gane la elección, sino que sea a través del voto y con el equilibrio de poderes previsto en el diseño de las instituciones democráticas. Lo que hay que asegurar es que, en el resultado, el que sea, estemos representados todos y que la lista que cuente sea la lista nominal de electores, porque ésa es la única en la que estamos todos".
Pero qué pasaría, pensé luego de leer a mi paisano, si pierde el Presidente por un escaso margen, si por azares del destino su corcholata no es la que más votos tiene en tres años. Es un escenario que hoy parece remoto, pero ¿imposible?
De aquí a entonces –¿alguien lo duda?– López Obrador hará campaña desde Palacio Nacional y en giras por los estados y la capital. La conducta presidencial en las elecciones federales de 2024 no se apegará a nada parecido a la imparcialidad: este mandatario no va a ver el juego sucesorio desde una distancia democrática, no será un árbitro informal; será un jugador más, y uno con muchos recursos y nula contención frente a los rituales y las leyes que buscan marginar a las autoridades en funciones de los comicios.
En 2006 conocimos a López Obrador como alguien que no aceptó el resultado electoral ni sus consecuencias, mismas que intentó descarrilar.
Ahora desde el poder ha mostrado que vengarse de los hechos de aquel año constituye uno de sus motores; otro es garantizar que ganen los suyos.
Petersen plantea que se deben cuidar las elecciones para que el resultado de éstas se dé en apego al “equilibrio de poderes previsto en el diseño de las instituciones democráticas”.
¿Ese equilibrio existe en el sexenio de AMLO?