Cuando a finales de mayo una joven de 27 años fue herida de muerte en la carretera México-Cuernavaca al resistirse en un asalto, la prensa capitalina ya había advertido que en esa vía la inseguridad se pasea a sus anchas. Pero el gobierno de AMLO desoyó esa denuncia.
Andrés Manuel López Obrador revisa los medios con unos anteojos muy particulares: las lentes del mandatario desmenuzan las noticias sólo con el propósito de desmentirlas, de quitarles el filo que podría desinflar el globo de su narrativa de que las cosas hoy son no sólo diferentes, sino mejores.
No es éste el primero ni será el último presidente mexicano que desprecie a los medios, a los periodistas, al periodismo, ese moscardón –parafraseando a Javier Darío Restrepo– en la oreja del poder.
AMLO quizá sí compita, en cambio, como el que más ha mostrado su desprecio en público, y como uno de los que menos entiende lo publicado como una llamada de atención al gobierno.
Hubo hace algunos años un jefe del SAT que cada mañana leía la prensa pluma en mano. Ese recaudador de impuestos iba anotando algunos de los apelativos de quienes aparecían en ella. Con discreción luego pedía revisar la situación tributaria de esos nombres.
De una muy particular forma, ese funcionario entendía que la prensa le ayudaba a hacer su tarea. El ritual quizá para él no representara un disgusto, como sí lo es para todo gobernante el ver en la pantalla alguna noticia sobre insuficiencias e/o incompetencias propias o de sus colaboradores.
Metido en su batalla por ser dueño de la verdad, el Presidente emplea sus mejores horas y no pocos recursos públicos en contra de la prensa. Su mayor proyecto gubernamental es ése: ser él el único medio por donde buena parte de la sociedad se informe, y lograr que incluso los que no le creen duden.
Si tuviéramos un gobierno normal quizá María de Lourdes no habría muerto. La historia de esta joven asesinada a los 27 años luego de recibir un tiro en La Pera, famoso tramo de la México-Cuernavaca, la detalló Héctor de Mauleón el viernes pasado en su columna de El Universal.
En su texto el periodista enunció las bandas que son dueñas de esa carretera y poblados cercanos. Pero que ahí han venido sucediendo graves incidentes no es noticia. Y que se haya denunciado en la prensa, tampoco.
Si AMLO se pusiera otros lentes para leer la prensa habría visto que el 10 de mayo Sergio Aguayo publicó en Reforma que a pesar de que ha visto un poco de todo en la autopista que conecta a Guerrero con la capital, hoy atestigua en esa vía la incapacidad del gobierno para cuidar “enclaves estratégicos”.
Lo normal sería que, con disgusto y todo, tras leer Crimen y caminos de Aguayo el gobierno hubiera revisado la vigilancia en esa concurrida carretera. Lo normal es despreciar denuncias como las de Aguayo, como las de De Mauleón, como las de todos.
Y lo mismo con Chiapas, donde siete personas fueron asesinadas el viernes, solo días después de que activistas y prensa denunciaran el creciente clima de violencia en esa entidad.
No. No se puede asegurar que la joven fallecida tras ser baleada en La Pera ni los asesinados en Chenalhó estarían vivos si el gobierno hubiera actuado rápido, si pluma en mano apuntaran al leer los diarios tareas pendientes.
Pero lo que sí se puede decir es que si sólo se dedican a atacar a los medios y no a la realidad denunciada en ellos, habrá más homicidios. Seguro.