De un lado está claro cuál será el tema de campaña. Andrés Manuel López Obrador y su movimiento sólo tienen una idea, una fijación, un tema: que siga la “transformación”, que no vuelvan “los culpables de la destrucción de México”.
Del otro lado, en la oposición –y coincidiendo en esto con lo dicho por la aspirante Lilly Téllez, quien el viernes declaró que para ganar no basta con buscar al voto antilopezobradorista– no parecen haber identificado y menos decidido el eje con el que buscarán convocar a la miríada de ciudadanos necesarios para disputar el poder a Morena.
Porque López Obrador seguirá diciendo que todo político o líder que no se refugie bajo su manto es un corrupto, y porque le sacará más jugo a los presos y exiliados del sexenio, a procesados en el extranjero como García Luna y otros exmoreiristas, etcétera, e incluso porque puede armar nuevos casos, la corrupción no parece una bandera ideal para la oposición.
La economía, lo reitero, manifiesta señales preocupantes, mas también impredecibles vaivenes, buenos y malos; y por si fuera poco la paridad peso-dólar, referencia de otras crisis y en la que hoy luce muy potente el primero, es vista entre la población como una fortaleza económica. Entonces, y de momento, tampoco suena a gran slogan.
Lo que ocurre en el campo educativo es probablemente la tragedia más grande rumbo al futuro, pero de cierta forma también es una catástrofe silenciosa.
Hay comunidades padeciendo despojo, por poderosos criminales que no son combatidos por el gobierno federal; y hay grupos que ven en megaproyectos como el Tren Maya una destrucción de sus territorios y una amenaza a su forma de vida, y hay pequeños y medianos productores sin apoyo. Pero son demandas aún difíciles de articular.
De igual forma, asuntos como la parálisis del Inai no suscitan en términos sociales una reacción como la vista cuando se quiso tocar al Instituto Nacional Electoral.
Sin lugar a dudas, de persistir la necedad y estulticia del gobierno federal, en términos de gobernabilidad podríamos estar incubando crisis, pues cancelar por la vía de los hechos el acceso a la información relaja a las instituciones y todo tipo de abusos e ilegalidades se cometerán al amparo del apagón decretado por Andrés Manuel y sus sumisos senadores.
Y precisamente hablando de legisladores, la otra gran tragedia es lo que ha ocurrido en el sector salud, que también resultó afectado la noche en que el Senado actuó de manera irresponsable y sectaria.
En el paquete de reformas que se aprobaron sin discutir ni analizar estuvo el dar sepultura al Insabi, uno de los mayores y más vistosos fracasos del gobierno de AMLO.
Es cierto, pero no por ello menos grave, que de tiempo atrás Andrés Manuel había decidido, y estaba actuando al respecto, vaciar al Insabi para trasladar sus recursos al Instituto Mexicano del Seguro Social. Es decir, el Presidente había reconocido, así fuera operativamente, la inoperancia del organismo que nunca pudo sustituir al Seguro Popular.
El decretar el fin legal (todavía sujeto a probables litigios en la Corte) del Insabi por parte de la mayoría legislativa de AMLO podría ser el estribo desde el que se impulse un potente mensaje opositor sobre múltiples y trágicas fallas de este sexenio en la salud, deficiencias y negligencias del gobierno para los pobres que se han cebado en… los pobres.
La salud es el tema que más dolor ha causado a las familias mexicanas, donde es quizá también más fácil exhibir a los autores de la misma.