Cuando en 2017 se publicó, el reportaje La estafa maestra no tuvo el impacto esperado por sus autores. La dinámica mediática en México no premia exclusivas ajenas y, con justa razón, días después el terremoto del 19 de septiembre cambió las prioridades en la opinión pública.
La investigación resurgiría meses después, en parte porque el candidato presidencial del PRI quiso desmarcarse de la misma y terminó por regresarla al spot, al punto que fue referencia en las campañas electorales y, claro, del sexenio peñista mismo.
Las denuncias sobre corrupción gubernamental hacen, pues, caprichosos recorridos. ¿La casa blanca de Aristegui y su equipo habría tenido la misma repercusión si el peñismo no estuviera cimbrado por la tragedia, semanas antes, de Ayotzinapa? Nunca lo sabremos, pero poco importa.
La sociedad mexicana tiene larga experiencia con escándalos sobre sus gobernantes. A veces con eso hace chistes, a veces a partir de eso corre del gobierno a un partido.
Al PRI de Peña Nieto México le dio una nueva oportunidad, y a poco de dársela fue claro para la ciudadanía que los del tricolor no habían entendido que su regreso al poder no era un cheque en blanco para que Videgaray se comprara terrenitos y los mexiquenses dieran contratos a sus cuates.
Con la oferta de terminar todo eso llegó al poder López Obrador en 2018. En el quinto año de Andrés Manuel en Palacio Nacional esa promesa cada día se vuelve más una broma (o muchos memes). Y restan 12 largos meses al sexenio antes de la elección para renovar la Presidencia de la República.
La principal amenaza para el triunfo del lopezobradorismo son los escándalos de su gobierno, y no sólo los de corrupción: desde terribles negligencias como la tragedia del centro migratorio en Ciudad Juárez, hasta soberbia, sin subestimar la eventualidad de problemas económicos e ingobernabilidad.
López Obrador cree que gobierna la opinión pública. Que los medios no resistan el encanto de sus desplantes discursivos cotidianos tiene la desventaja, sin embargo, de que toda información que contradice su pregón llega a la mañanera, sin cortafuegos ni fusibles, y termina sobre él.
El alto estándar ético que durante décadas prometió se ha traducido en un rosario de frases que al mismo tiempo identifican el credo del sexenio y el parámetro con el que será medido. De esa manera, cada revelación que exhibe fallas graves de ese mito fundador puede ser iconoclástica.
Volviendo al principio: no sabemos cuándo o cómo una revelación de corrupción y/o criminal negligencia se constituirá en la herida que ha de causar la hemorragia sin remedio del lopezobradorismo. O si será la suma de muchas, o si la gente le dispensará más paciencia que a otros gobiernos.
Pero una cosa es la tolerancia a AMLO y otra que sean socialmente inocuos escándalos como el del general secretario y sus lujosos viajes o su compra de un departamento en un exclusivo fraccionamiento a menos de la tercera parte de su valor comercial, y encima a alguien que luego vende cosas a Sedena.
Y lo mismo se puede advertir de algunos señalamientos periodísticos sobre los hijos mayores del Presidente.
Todo ello sin subestimar la negligente forma en que manejaron la pandemia en particular, y la salud en general, los fraudes tolerados en Segalmex, y la malsana (democráticamente hablando) inquina de AMLO contra la prensa, la sociedad civil y gremios tan distintos como los científicos y los médicos.
Decir que todo ello le costará la elección a Morena, es osado. Pensar que la sociedad, entre ella la injuriada clase media, no lo tendrá en cuenta, también.