La enfermedad del presidente Andrés Manuel López Obrador no ha generado una crisis de gobierno. Ni siquiera una de comunicación. Ese padecimiento es hoy, cuando mucho, uno más de los asuntos que alimentan la polarización que cotidianamente sostienen los partidarios y los críticos de la administración.
No hay crisis y las señales de normalidad se repiten por doquier. Van algunos ejemplos.
Horas después de estrenarse como sustituto de AMLO en la mañanera, el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, viaja a Jalisco a atestiguar el inicio de un diálogo entre el gobernador Enrique Alfaro y el rector de la Universidad de Guadalajara, Ricardo Villanueva. Logro destacable del funcionario federal, del Ejecutivo estatal y del líder universitario.
La jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, por su parte, lanza un informe sobre la seguridad en la capital del país. Celebra bajas sustanciales en índices criminales. Rueda de prensa el lunes, y el martes reuniones de seguimiento a la construcción del tren México-Toluca y, aparte, anuncia junto a la secretaria federal Ariadna Montiel cambio de tarjetas Bienestar.
Por su parte, el canciller Marcelo Ebrard visita el martes Tabasco, junto con la esposa del Presidente, Beatriz Gutiérrez Müller, para una jornada literaria. Buen humor y buen talante se advierte en ambos.
Ese mismo martes segunda mañanera de Adán Augusto, ésta con los temas habituales de salud que semanalmente se reportan desde Palacio Nacional. En esta ocasión, como es natural, el secretario de Salud da un reporte halagüeño del padecimiento covidiano del Presidente. Y para más señas de normalidad: el titular de Segob repite sus críticas al Inai.
En paralelo, los legisladores oficialistas desaparecen el Insabi para transferir sus tareas al IMSS-Bienestar; y en un largo maratón se aprestaban a extinguir la Financiera Rural, y si más no logran desmontar del aparato burocrático mexicano, o del orden que más o menos funcionaba, como la ley de ciencia, es que no les dará tiempo. Así de normal la ruta.
Finalmente: se mantuvo programada para hoy la reunión capitalina de gobernadores que se había convocado previo a conocerse la suspensión de la gira presidencial en Mérida el domingo, por el padecimiento que aquejó la mañana de ese día a Andrés Manuel.
El gobierno, pues, ha estado en lo suyo en las últimas 72 horas, a contrapelo de los más disparatados rumores sobre el estado de salud del Presidente, en buena medida alimentados el domingo por el pésimo manejo que de la información inicial hizo el vocero presidencial, Jesús Ramírez, a quien la propia cuenta de AMLO dejó mal parado.
Pero que actos públicos de altos personajes del gobierno en aparente normalidad sean una cosa, y la rumorología otra muy distinta, se explica en parte por la personalidad de López Obrador y su manera de gestionar la comunicación gubernamental.
El Presidente ha construido un modelo comunicacional que depende al 100 por ciento de él y de nadie más. Ahora tiene secretario de Gobernación, pero durante tres años la funcionaria que ocupó ese cargo no tuvo realmente el encargo.
AMLO –con la mañanera y con sus redes sociales– es el único eje sobre el que gira la información del gobierno. Y si AMLO no aparece, y si sus redes sociales guardan tanto silencio, es natural que muchos formulen preguntas, e incluso dudas y temores, sobre lo que realmente ocurre.
El vacío dejado por AMLO habla de que su gran éxito político, ser el único factor de poder, puede devenir en debilidad: no importa lo que hagan los suyos, incluidas sus corcholatas, si él no está parece que hay una crisis, aunque no sea –afortunadamente– el caso.