Si en EU vieran cómo está la colonia, llena de sus paisanos, se irían de espaldas… o se vendrían para acá
A finales de enero el gobierno de Estados Unidos, a través del reconocido Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) pidió a los ciudadanos de ese país no visitar México. No por la inseguridad, sino por el Covid.
Si el CDC, cuya sede histórica está en Atlanta, o alguien en Washington, viera cómo está la colonia Roma llena de sus paisanas y paisanos, se irían de espaldas… o se vendrían para acá.
Digo algo nada original. Desde hace meses y meses la Roma-Condesa habla en inglés. Pero verimach. Por todas partes y, literalmente, a todas horas. Desde que Dios amanece y en la madrugada asgüel. En restaurantes de a mínimo mil 500 pesos por persona la cuenta, y en changarros en los que un buen garnachero nacional dudaría de ir porque aún no sabe si él o ella misma sobrevivirían ahí la venganza de Moctezuma.
Es un gusto ver esta invasión yanqui. Nos recuerdan, en esta temporada donde tanto es mala política y tan poco es buena vida, que nuestro invierno es básicamente llevadero, que nuestras opciones culinarias una maravilla cosmopolita y que nuestras chilangas calles no le piden nada a Brooklyn o, si me apuran, a Santa Mónica.
Hablo de lo que pasa en la Roma-Condesa porque es lo que veo a diario, pero las gringas y los gringos y los de otros países –Canadá, Francia, España o Alemania– se pasean por acá que es un gusto. Y la colonia lo agradece en estos tiempos en que no sabemos, bien a bien, si la pandemia ya se fue o sólo nos da uno más de sus traicioneros respiros.
En medio de esta vitalidad del barrio, y gracias a un funcionario público, he repasado de nuevo a José Joaquín Blanco, quien en Función de medianoche recoge esta crónica, insuperable, de lo que era y es la Roma:
"La colonia Roma fue aristocrática alguna vez y ha venido a menos", publicó el 17 de mayo de 1979. "Ya en los cincuentas era eufóricamente clasemediera y empezaba a transformarse en zona de comercio y de paso. La gente rica emigraba a nuevas colonias elegantes y vendía sus casonas. Ahora, pese a unas cuantas residencias y edificios blasonados, sobrevivientes y envejecidos, la avenida Álvaro Obregón es un pulular de gente y coches entre hoteles, baños, academias comerciales, gimnasios, fondas y taquerías, bodegas, cafés de chinos, todo tipo de tiendas; refaccionarias, dentistas, sanatorios, billares, mueblerías, oficinas públicas, estacionamientos; misceláneas paupérrimas (como la que está en el No. 187: ChePa la boLa), agencias automotrices, salones de belleza, peluquerías”.
Eso decía entonces el escritor en un texto que todos deberían releer, mismo que remataba así: "El crecimiento de la ciudad desplazó las zonas aristocráticas a lugares más alejados de la chusma. Esas colonias vinieron a menos. Se van volviendo hoteleras, taqueras, comerciales. Uno podía ensoñar en los tiempos que Ramón López Velarde o Antonieta Rivas Mercado paseaban por la entonces avenida Jalisco hoy Álvaro Obregón. Pero no, seguramente hoy esa avenida es más calle que nunca, más viva, más ventanera, más contrastada; seguramente los blasones, balaustradas, mamposterías, decoraciones, estructuras no encontraron en su pasado señorial mejores habitantes que su desclasada y bullanguera población de hoy". Insuperable José Joaquín.
Cuando las actuales visitas foráneas, ya dije que no sólo provenientes de EEUU, finalmente regresen a su país, se llevarán una imagen de nosotros en efecto bullanguera, vibrante y caótica, pero al final reivindicatoria de México. Es el eterno renacer de la Roma, pero también de un país y su gente listos para dejar atrás la pandemia.