Desde el 1 de septiembre, el Congreso de la Unión ha sido foro de expresiones de obradoristas –v. gr. las de Luisa María Alcalde– que vuelven actual un viejo artículo de Luis González de Alba.
Es la columna Perdón, perdón, recogida posteriormente en el libro AMLO. La construcción de un liderazgo fascinante (ediciones Cal y Arena, 2007).
Quien también fuera líder estudiantil en el movimiento de 1968 escribió esto sobre lo que advertía en abril de 2002:
“Cuando la oposición se hizo gobierno ocurrió en pequeño lo que en monstruoso había sucedido en Cuba: una izquierda rarísima, a la que sólo debemos creerle que lo sea porque se autoasigna ese nombre de la geografía política, ya en el poder fue indistinguible del más viejo priismo, el anterior a De la Madrid”.
“El autoritarismo, la prepotencia, la sorna para tratar al adversario, la burla sin reserva, volvieron a ser el estilo personal de gobernar en dondequiera que el PRD ocupa cargos. Con López Obrador al frente de la Ciudad de México han regresado los viejos hábitos que hicieron al régimen priista: cuotas de poder para las organizaciones ideológicamente afines, concesiones ilegítimas a cambio de apoyos, hojas para anotarse en el mitin convocado por el nuevo partido en el poder, amenaza de suspender cheques o bonos a los ausentes, connivencia con los amigos y tortuguismo con la gente respondona, grandes y faraónicas obras entregadas sin concurso a una compañía protegida… ¿ese era el cambio? ¿La vuelta a los más viejos ‘usos y costumbres’ que hicieron la fuerza del PRI, pero también su corrupción, y sembraron el germen de su debilidad moral que hoy lo tiene en terapia intensiva?”.
González de Alba señalaba, no sólo en esa columna, que el entonces PRD se había contaminado del autoritarismo priista porque la izquierda había incorporado en sus filas a tránsfugas tricolores.
Pero también porque, según el autor de Los días y los años, una parte si bien minoritaria del hoy extinto partido del sol azteca era constituida por “afluentes del Partido Comunista” a los que “caracterizaba la certeza de tener la ‘verdad histórica’ embotellada de origen”, que por convicción despreciaba la democracia “pues en ella encontraba una simple celada de la burguesía”.
El columnista, fallecido en 2016, terminaba lamentando que tales actitudes se daban incluso en jóvenes perredistas:
“¿Qué hicimos, carajo, qué hicimos con esa generación? ¿Qué le ocurrió a los hijos de mis amigos y a los hijos de los amigos de mis amigos? ¿Por qué se comportan en todo momento como hijos de cacique priista de los años cincuenta? De nuevo, ¿qué les hicimos? ¿Cómo aprendieron de nosotros ese feroz autoritarismo, esa detestable autosuficiencia, esa abominable altanería, esa petulancia, esa arrogancia, esa insolencia? Por lo que yo haya contribuido, perdón, perdón mil veces. Como el rey David ante su pecado, me cubro la cabeza de ceniza por el sindicalismo universitario, por La Jornada y por el PRD. Perdón. No lo vuelvo a hacer, no reincidiré ni seré relapso. Lo juro por san Juan Diego Nonato”. (11/03/02)
La desaforada intervención en el Congreso de quien ostenta el cargo de secretaria de Gobernación el día en que entregó el VI Informe de Gobierno de López Obrador es la viva imagen de lo que describía González de Alba.
Eso en cuanto a las maneras de la secretaria Alcalde y otros. Empero, hoy más que las formas obradoristas, el problema real es el fondo de estos nuevos viejos tiempos: como con el viejo PRI, la mayoría se niega a negociar. Un verdadero y lamentable retroceso de décadas.