Que todo quede entre hermanos. En el arranque del año electoral –en este regreso del tapadismo definir sucesor, no los comicios, será lo crucial– el Presidente de la República ha creado una nueva figura. Más que corcholatas, esos a quienes ha elegido para que se disputen su silla son sus hermanos.
Dijo el viernes Andrés Manuel López Obrador que tiene tres hermanos y –no lo dijo, pero también hay que apuntarlo– un entenado.
Sus hermanos en el Movimiento Regeneración Nacional son Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López. El entenado despacha en el Senado.
Decir hermanos remite a la Revolución mexicana, pero también a una retórica –nada extraña en el tabasqueño– de tintes religiosos.
Durante décadas, la familia revolucionaria se disputó el poder mediante ritos que, al simular unidad y política de altos vuelos, apenas si ocultaba del público las feroces peleas por la banda presidencial, y por muchas otras posiciones como gubernaturas, senadurías y hasta liderazgos en sindicatos, paraestatales o el partido, con sus negocios inherentes.
En el origen, algunos de los integrantes de esa familia revolucionaria eran hermanos de armas, y otros se hermanaron en la escuela o la burocracia. Pero no pocas de las veces quienes tanto se quisieron –como hermanos–, una vez que a uno de ellos lo ungía el poder, terminaban mal o francamente pésimo.
Una hermandad se crea para que todo quede en familia, para que los trapos sucios se laven en casa, para que sea fácil decidir entre que lloren aquí a que lloren los de enfrente, pues los de enfrente, para hacer bueno aquello de que uno elige estar con los suyos “aunque estén mal”.
La hermandad se crea a partir de un pacto; porque cuando ésta no es biológica, entonces se acuerdan los términos que han de regir el linaje que se quiere forjar.
El gobierno que se dice de izquierdas nos trae pues, reluciente para estrenar en este año de arranque movidito, pero aún bastante nuevo, la idea de que sólo puede heredar la Presidencia uno de la… familia, casa real, casta divina o, exacto, hermandad.
Ser de la familia es saberse protegido, con derecho a privilegios; de lo contrario, hay que asumirse como imposibilitado o, en el mejor de los casos, un advenedizo a la espera de una oportunidad para la aceptación. Y cuando se renuncia a la familia, el acceso a ésta, con sus beneficios y prebendas implícitos, será cancelado. Destierro total salvo en el caso del hijo pródigo, pero ese es otro cuento.
Crear una hermandad es también un potente mensaje para las huestes. Este que soy yo, primo hermano, también lo son ellos. Me voy, pero no me voy porque les dejo a uno que es… mi hermano. Busca demostrar cuán equivocados están quienes aseguran que AMLO no podrá trasladar sus positivos a su delfín.
Pero ¿es López Obrador un primo entre pares? De ninguna manera: él es el padre, pero como sabe que su sombra le afecta particularmente a Claudia, quiere elevar a ésta a su nivel, darle calidad de igual para atajar las críticas de que ante toda crisis es él quien la tutela: es mi hermana, puede lo que yo, podrá como yo.
Y la otra es buscar, asumiéndose como hermano mayor, que las cosas no se salgan de madre cuando dos de los hermanos sean marginados de la herencia presidencial. Primero, la familia, les ordenará.
Pero nada más ancestral en las sagas sobre hermanos que la presencia de la avaricia y la traición, salvo –acaso– las historias familiares donde los predestinados terminan de figuras de reparto.