La encuesta de El Financiero no deja lugar a dudas. La alianza opositora cayó –de abril a julio– 10 puntos en las preferencias electorales rumbo a 2024: estaba a cinco puntos de Morena y ahora está a 15.
En el centro de las causas de ese retroceso de la oposición están la desprestigiada figura de Alejandro Moreno, Alito, presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional, y las consecuencias de la negativa del campechano a dejar ese puesto.
Hoy es irrelevante la discusión sobre si López Obrador adelantó de más los tiempos de la sucesión. Aunque hay voces del oficialismo que señalan que ello puede conllevar riesgos de ruptura, sabremos si esa decisión fue acertada con los resultados que la misma vaya dando. Por el momento, la pasarela lopezobradorista es efectiva tanto para fortalecer a sus corcholatas como para apuntalar a Morena rumbo a la elección presidencial.
Y es que en el arrancadero sólo están, decididamente, suspirantes de Morena. Cuatro para ser claros: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López y Ricardo Monreal.
En el lado de la oposición aliancista hay sólo un aspirante, Enrique de la Madrid, pero éste no es tomado en serio ni dentro del PRI, su partido, ya no digamos en la alianza. Y no es que tengan algo personal en contra del hijo del expresidente, es que la oposición se encuentra atorada por los audioescándalos.
A la oposición se le está pasando el tiempo de las definiciones. La fuerza que se le vio a la alianza en abril, cuando en San Lázaro desecharon la iniciativa de cambios en el mercado eléctrico, se ha evaporado al calor de audios y acusaciones legales en contra de Alito, y eso ya se refleja en la encuesta de El Financiero.
Alito es el obstáculo en el camino presidencial de la alianza opositora. Él tiene el derecho a tratar de salvar su carrera política aferrándose al CEN priista. Igual y le resulta: ya sea porque logra recomponer algún tipo de diálogo y negociación con el titular de Bucareli para ofrendarle cosas al gobierno federal a fin de obtener el perdón de AMLO, ya sea porque decida parepetarse tanto en el PRI como en la alianza para, desde su lógica, encarecerle a la administración su caída. Pero esa agenda personal tiene dos rehenes: a su partido y a sus aliados panistas y perredistas.
Las derrotas del PRI en las elecciones estatales de junio motivaron críticas e incluso rebeldía de expresidentes priistas y de otras figuras del priismo. Esa falta de cohesión lastra al partido de Alito, pero representa mucho más que un problema interno del tricolor: le impiden a la alianza cualquier agenda pública que hable de lanzar su propia pasarela.
Antes de que los audios le pegaran en la línea de flotación, Alito coqueteaba con la madraciña: forjar desde el partido su ruta a la candidatura presidencial. Eso tenía el defecto de que en la mesa de la alianza él quería jugar dos agendas, la de construir una candidatura única y negociar ésta como un traje a su medida.
Si la alianza quiere retomar ímpetu necesita, con urgencia, que se hable de sus corcholatas, y no de los audios que embarran a uno de sus instrumentadores.
Mientras eso no ocurra, mientras Alito sea el tema y no los suspirantes, Morena irá en caballo de hacienda para ganar 2024 con cualquiera de sus amazonas o jinetes.
Máxime si, como ha ocurrido en las últimas horas, Jesús Zambrano y hasta Alito dicen que podrían fichar como candidato a Monreal. Es decir, confiesan que ni cuadros fuertes tienen.