Xóchitl Gálvez dice no (por ahora, digo yo) a ir por la Presidencia de la República; ese deslinde ocurre horas después de que el empresario Gustavo de Hoyos manifieste que él sí suspira por la candidatura opositora para disputarle Palacio Nacional a Morena. Decisiones personales que ocurren en ese gran vacío llamado partidos de oposición.
Hay empresarios que animan a la senadora Gálvez a que se lance por la estafeta de una eventual alianza opositora entre PAN, PRI y PRD. Ella dijo ayer en el programa de radio de Ciro Gómez Leyva que no gracias, que prefiere dar la batalla para la que se siente lista: ir en 2024 por la CDMX.
Por su parte el bajacaliforniano De Hoyos dijo esta semana en público lo que llevaba meses comentando en privado. Que es su momento de entrar más de lleno en la política (ya estaba, fue parte de esa jugada llamada Sí por México), que tiene algo qué ofrecer y que puede y quiere ser presidente de la República, no sólo activista y empresario.
Gálvez y De Hoyos tienen en común que hacen su luchita, para encartarse o descartarse de candidaturas, solos; sus voces son lo único que se oye en medio de ese descampado, de ese páramo que es el proceso opositor para construir una candidatura presidencial desde la oposición medianamente competitiva.
No son los únicos, por supuesto. Están Enrique de la Madrid, o Lilly Téllez, y sin duda Claudia Ruiz Massieu, que por estos días tapiza calles y carreteras con espectaculares de esos que desde hace décadas aprendimos que son propaganda disfrazada de cualquier otra cosa: “entrevista” en alguna revista, “informe legislativo”, etcétera.
Los suspirantes se mueven, pero ninguno de los liderazgos partidistas les echan un lazo, y menos arma un tinglado para que se suban a debatir y contrasten propuestas, para que se den unos llegues, para construir –en una palabra– la sensación de una competencia, la noción de que hay con quién, de que sobran tiradores para la principal candidatura.
La oposición parece feliz sin hacer ruido, sin capitalizar las dos megamarchas, sin coger al aire las cotidianas coyunturas que ofrece el disfuncional gobierno de AMLO. La oposición tiene a varios suspirantes en la banca, pero no se anima a definir una alineación para mandarlos a la cancha, a que sientan la marca y muestren que pueden gambetear.
No sobra decir que en el equipo de enfrente las corcholatas llevan año y medio foguéndose sin reparar en leyes, tiempos oficiales o recursos. Tan sólo la semana pasada Adán Augusto López estuvo en Guadalajara, Marcelo Ebrard en Acapulco y Claudia Sheinbaum en Baja California. Se les puede acusar de todo, pero no de no intentarlo.
Tiempo atrás se llegó a decir que desde la oposición se animaría a tantos como quisieran a subirse al templete: que la ciudadanía viera que si algo les sobra es caballada, variedad de cuadros capaces y diversos, bastantes ellas y ellos listos para rajársela a favor del cambio. Las semanas pasan y no se ve que la oposición dé forma a tal pasarela.
En una de esas es un plan ultrasecreto para quitar –por poco rentables– los logos y la sombra de partidos que arrastran harto desprestigio. En todo caso, nadie puede decir hoy que se advierta en el ambiente ese sonido típico que, primero como rumor y luego como una cosa que se desparrama por todos lados, indica que algo grande está pasando.
Nada de eso. Lo único que oímos son suspirantes solitarios a los que ni sus eventuales partidos responden.