El diputado Ignacio Mier, líder de la bancada de Morena en San Lázaro, presumió el martes un muñequito de sí mismo. Acto de honestidad en el Día del Amor y la Amistad: nos mostró la figura de la persona que más le importa: él. Vean a Miercito, a poco no es/soy una morenada.
La regeneración de la vida pública, que le decían, pasa por la conversión de sus protagonistas en minibotargas que han de colocarse en el centro de todo evento republicano (es un decir con tan ínclitos políticos) y partidista.
De forma que hasta una sentencia del Tribunal Electoral, que reiteraba la prohibición de la promoción personalizada, es combatida –¿deberíamos decir desacatada?– por miembros del gobierno más poderoso en décadas como si de un grave atropello a sus derechos se tratara.
Lo del tribunal pasó, se sabe, con los Amlitos, esos icónicos monos de pasadas elecciones. Qué singular que, habiendo ganado por fin la Presidencia de la República el inspirador de ese muñeco, se resista a guardarlo en la maleta. ¿Será que, así como ciertos críos necesitan un peluche para dormir, estos demócratas temen perder si les quitan la figura de YSQ?
Ergo, los Amlitos llegaron para quedarse porque, duchos en artimañas electorales, quienes los defienden saben que el mejor candidato de 2024 del oficialismo es el que no estará en la boleta: el creador de Juanito en Iztapalapa ahora maniobra para convertirse él mismo en Cid campeador de trapo.
Dirán a manera de justificación que el pueblo bueno ya adoptó al mono y que intentar prohibirlo en mítines y actos oficiales constituye un atentado contra la cultura mexicana. Algo así como que Amlito y la licuachela son aportaciones a nuestra identidad nacional.
No es divertido: porque constituye un intento más por burlar la ley, que se hizo para que los poderosos no sacaran ventaja atribuyéndose personalmente obras y programas del gobierno; porque lo que debería importar es la ciudadanía y no el gobernante, y, en el colmo, porque luego salen los que se creen muy listos y copian al jefe para ver si en una de esas pega la maniobra: y ahí es cuando comenzará el diluvio de los Miercitos, similares, anexos y conexos en la República mexicana.
Porque el diputado Mier, más que representante popular –cuando faltan 15 mesesotes para la elección–, es, sobre todo, un aspirante a la gubernatura de Puebla. Y en esa calidad todo evento, toda conferencia, cualquier intercambio con la prensa, etcétera, implica una oportunidad para avanzar su agenda personal antes que la general.
Yo diputado, por encima de ustedes electores. Préstame pa cá el Miercito, qué buen regalo. Inmejorable resumen de Morena hoy: importan los próceres de este movimiento que ya se vieron, además de en versión monigote, en el bronce de la historia. El pueblo me aplaudirá. Y para los rejegos que no aplauden revivan el petate de las sanciones carrancistas que dictan que a quien ocupa la silla del águila no se le toca.
Debe ser el helio de las encuestas lo que los trae todos mareados. Porque si salieran un poco de sus comités y recintos, si dejaran de rodearse de puros incondicionales que profesan aquello de que para obtener la victoria electoral se justifica cualquier medio, verían que están incurriendo en los mismitos excesos que ya antes hartaron a la sociedad mexicana, en actitudes que a sus anteriores protagonistas les costó ser echados de los palacios y las curules.
El culto a su personalidad les impide ver que Amlitos y Miercitos no son democráticos o siquiera chistosos.