A don Luis Martínez (RIP)
En las conferencias vespertinas se ha hablado del cubrebocas –para descalificarlo–, del modelo centinela, del VIH, de quédate en casa, de violencia doméstica, de vacunas, de enfermeras, pero no de enfermos de Covid con nombre y apellido salvo dos conspicuos personajes: Andrés Manuel López Obrador y Hugo López-Gatell.
La patria respira aliviada al saber que Hugo ha recibido en instalación hospitalaria la atención médica temprana que tantos no pudieron, y que él no recomendó para la población. Qué bueno que se recupere. Qué bueno que las primeras planas le abran espacio al reporte de su salud. Qué contraste con tantos otros de los 185 mil que han sido –para el gobierno y muchas veces también para la prensa– sólo un número, una estadística, un sonsonete vespertino que ya ni a incordio llega.
Hace un año el gobierno federal decidió que las protagonistas de la pandemia fueran no las víctimas, sino las camas. Todos los días vemos si suben o bajan las camas libres en los hospitales. Los pasajeros de este Titanic mueren diario por cientos, muchos ahogados en los camarotes más pobres, otros sin poder alcanzar salvavidas a pesar del dinero. Pero toda la embarcación, a las 7 de la tarde, escucha al capitán en turno pasar rápido sobre la cifra de los que “lamentablemente fallecieron”, para luego decirnos las buenas nuevas: sigue habiendo camas vacías, sí, pero en casa de la chingada, es decir en un lugar al que nadie desea ir. Tenemos camas, los enfermos qué, y a los muertos que los cremen y ya.
Porque en las tardeadas del indolente Gatell y sus acólitos se habla de todo menos de los pacientes, de los muertos. El escenario catastrófico proyectado por el subsecretario, que cifraba el infierno en las 60 mil muertes, ha sido superado, en los rabones números oficiales, por tres sin que en Palacio doblen las campanas.
Con los enfermos lo mismo. Cada familia que se rasque con sus uñas. A conseguir oxígeno, a rellenar tanques o desembolsar el salario de meses por un concentrador que eso de las camas vacías es el cuento engañabobos que nadie quiere probar en familiar propio.
Si los muertos no existen en la tardeada más que como estadística, los pacientes son mudos, nunca han sido convocados, nunca se les abrió el micrófono, nunca se les preguntó qué mejorar, qué corregir o, siquiera, cómo están. Salvo a AMLO. Y próximamente a López-Gatell.
¿Cómo se sintió, doctor? ¿Qué tal el CitiBanamex? Qué bueno que se pudo “relajar mentalmente” (así lo dijo en carta a La Jornada). Relajado mientras a su alrededor medio millar se asfixia. Notable capacidad. ¿Le llamará a la Poni para contarle que en la enfermedad ya se siente usted humano?
Para Grisel Salazar, académica del CIDE que siguió las primeras conferencias del doctor Gatell, el gobierno se propuso, además de una gestión de la pandemia, la gestión de la cobertura de los medios de la misma, y qué más efectivo para ello que excluir a los enfermos de la narrativa, que no hablar de calidad de atención hospitalaria, que hablar de todo en la crisis menos de las personas con nombre y apellido que la padecen. Salvo dos notables excepciones.
Gatell, aspirante a spin doctor, no supo ser el médico aliado de los mexicanos. Pero ahora, junto con AMLO, es un paciente atípico: uno de los dos con trato especial y visibilidad en las vespertinas. Qué paz, caray. Qué pena por los 2 millones que la padecieron y por los 186 mil –y contando– “que lamentablemente fallecieron”.