Hay quien quisiera que el Presidente fuera otro, o que sólo porque sí el actual fuera de otra manera. Quién sabe por qué siguen en esa ensoñación en vez de aprovechar lo que sí hay para mover la agenda hacia donde les gustaría que estuviera. El más reciente ejemplo de ese síndrome es el discurso de AMLO en la ONU.
Andrés Manuel López Obrador fue al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y dio un discurso que para unos fue el epítome del provincianismo, pero para otros abre agenda en la discusión de alternativas para un mundo con más desarrollo y menos inseguridad o violencia, como gusten.
El evento no fue malo para el Presidente mexicano. Mejor dicho, el evento fue bueno para este Presidente de México, para su movimiento y para sus seguidores. Y si los adversarios fueran menos obtusos, aceptarían que el discurso no causó bochorno ni pena ajena. Incluso hubo sincronía entre lo que dijo López Obrador y lo que criticó, en la misma sesión, António Guterres, secretario general de la ONU, al modelo de desarrollo que, según resumieron ambos, se finca en algo así como que “la riqueza es contagiosa”. ¿Simplista? Sí, pero no necesariamente desencaminado.
Así como hay explicadores de AMLO que buscan justificar tooooda decisión presidencial, muchos de sus críticos no le conceden nada: todo está mal, dicen hasta por adelantado. Es el caso de la visita a Nueva York. No pasa nada si desde la banqueta de la oposición se acepta que ese discurso no fue una locura, no la mayor locura –ciertamente– que se haya dicho en ese foro.
Porque en ese solemne recinto sí se han dicho locuras. Locuras trágicas. Una de las más memorables corrió a cargo del recientemente fallecido Colin Powell, quien le mintió al mundo para tratar de justificar una invasión a un país que ni tenía armas químicas ni era culpable de los atentados del 11/S.
Y para quienes se sienten reivindicados por las adversas reacciones de rusos y chinos en la sesión, sólo recordar un chiste que escuché por ahí: un empresario que llegó a un enorme enorme país a buscar fortuna, recibió una advertencia de su potencial socio local. “Aquí, para que todo funcione, tenemos que hablar con el empresariado, los servicios de espionaje y el gobierno”, le explicó. “Lo único bueno es que los representa la misma persona”.
Qué otra cosa iban a decir dos de los países cuyos regímenes están felices creando una plutocracia. En fin, si ahora los argumentos “demócratas” son ésos, pues ya, a otra cosa. Encima, ni que China o Rusia hubieran hecho gran cosa –además de (obvio) neutralizarse entre ellos o a la alianza USA/UK– en el Consejo de Seguridad.
Aceptar que el discurso no fue malo y que él salió bien librado –Ebrard es un profesional, así que cuidó lo que tenía que cuidar y todo ok–, tiene la ventaja de que uno puede usar ese evento para empujar agendas que sí le importan a México.
Eso lo entendió bien el recientemente creado grupo plural de senadores, que ayer en una carta le dijeron al Presidente que comparten “el plan de redistribución del ingreso mundial, que presentó en la ONU, cuenta con nosotros por si usted quiere empezar en casa”.
Porque reconocerle a AMLO sus palabras en las Naciones Unidas, podría luego servir para evidenciarlo con sus hechos cotidianos, para empujar la lucha a fin de que México no sea un país donde los servicios de espionaje, los negocios y el gobierno los defina una sola persona.