Once personas componen el máximo tribunal mexicano. No veinte, no 32. Once. No debería suponer tarea complicada para el periodismo de México saber todo lo público de tan importantes personajes. Por su relevancia en decisiones cruciales, por supuesto, pero también porque sólo son 11. Y encima duran 15 años en el puesto.
¿Por qué entonces nadie en la prensa supimos antes que una de las 11 integrantes de la Suprema Corte había presentado una tesis falsa?
La fuente judicial es compleja. Y si hay periodistas que destacan por su conocimiento sobre la forma de operar los juzgados, son menos los que dominan el teje y maneje del máximo tribunal.
Entender la ley y sus procedimientos tiene su chiste; alguna vez en un periódico intentaron contratar abogados para reconvertirlos en periodistas, y así enrolar gente con la materia jurídica dominada y ya sólo hacerlos profesionales en buscar información y comunicarla. El experimento tuvo resultados mixtos, pero al final terminaron contratando al periodista que les ganaba casi todas las notas de la Corte.
Ese contexto no explica del todo que sea al empeño desenmascarador de plagios de Guillermo Sheridan al que debemos la revelación de la tesis fraudulenta de una ministra de la Suprema Corte que antes presidió el máximo tribunal de la Ciudad de México; es decir, no venía de una polvorienta oficina en Huanusco: no era una desconocida y, al mismo tiempo, sí lo era en algo fundamental: su título de licenciatura es balín.
Visto en retrospectiva, ¿alguien pudo descubrir antes que Sheridan el plagio? La respuesta no es sencilla: sí, si alguien se hubiera dado a la tarea de leer la tesis de la ministra Yasmín Esquivel, y luego hubiera buscado qué otras tesis su tutora había asesorado, habría descubierto lo similar que eran, desde el título, el texto del abogado Édgar Báez y el de la hoy integrante de la Suprema Corte. Es decir, factible, mas muy muy improbable.
La prensa debe cubrir al poder para que éste rinda cuentas. Y el periodismo mexicano no supo que una de 11 personas que integran la Corte tiene una tesis cuasiidéntica a la de otro estudiante. Quizá porque era muy difícil haberlo descubierto, o quizá –más probable– porque nadie leyó la tesis (cosa que es rara si antes ya habíamos descubierto que personajes tan disímbolos como Enrique Peña Nieto o Simón Levy presentaron, en su momento, tesinas con párrafos harto dudosos en su originalidad).
Pero dejen ustedes para descubrir un plagio, leer las tesis de una ministra debería ser obligado para cotejar si lo que decía antes es lo que dice ahora, si ha traicionado u honrado sus principios, si delata algunos de sus conflictos de interés, si deja pistas sobre aliados o señales de irregularidades desde muy temprano en su carrera.
Son 11 ministros. Y 128 senadores, 500 diputadas y diputados federales, miles de alcaldes. Y cientos de nombramientos del Presidente en la administración federal...
La prensa necesita ayuda de la ciudadanía. Sólo la vigilancia y colaboración de ésta podría ayudar a que los medios de comunicación hagan coberturas estratégicas. Como saber si un alcalde o diputado ha ido cambiando de domicilio de manera $ingular, y para saber de dónde viene un ministro. Pero antes que nada, esa responsabilidad es de la prensa. Y ésta no descubrió una ministra plagiadora. ¿Por qué?
Ah, y si creen que a Sheridan “le filtraron la tesis”, también para eso hay comentario: las filtraciones casi siempre llegan a quien ha demostrado que puede y se atreve a publicar. Es decir, las filtraciones también se trabajan.