La negativa de Andrés Manuel López Obrador a vacunar al personal médico sin distinciones –ratificada por el Presidente en la mañanera del viernes– ha hecho que algunos desesperen tratando de razonar qué lógica podría llevar a AMLO a proceder de manera tan obtusa como mezquina. Creo que hay tres respuestas que forman parte de una sola idea.
La explicación más sencilla, ya expuesta aquí con respecto de otras movilizaciones, sería que López Obrador no cederá en nada, nada es nada, que abra la puerta a que otros colectivos luego reclamen negociar o cancelar alguna iniciativa. Andrés Manuel impondrá todo para, precisamente, no tener que variar ni en una coma el rumbo de su “cambio radical”. Así fue al arranque del sexenio, con el aeropuerto de Texcoco pero también con la desaparición del programa de guarderías de la exSedesol. Y así será en todo asunto mientras lo pueda seguir haciendo.
La segunda es de carácter retórico. Si yo digo que vamos bien en la vacunación, entonces toda discrepancia es invisibilizada o desnaturalizada como una campaña de los adversarios. Para este Presidente es tan importante anular la realidad que no le conviene como las expresiones de la misma. Así, ni en el discurso se da espacio para que voces discordantes puedan ganar terreno en la opinión pública. Por ello, cuestionará lo mismo la legitimidad de las víctimas del crimen organizado, de las mujeres buscando equidad y una vida segura o del personal sanitario pidiendo vacunas contra el Covid-19. Su voz es la única que debe escucharse.
La tercera explicación tiene carácter doctrinario. Cada coyuntura debe ser resignificada para servir a la causa. Y la causa es borrar el pasado a fin de instalar un nuevo orden. Nada hay, entonces, que tenga una esencia neutra. Todo será traducido, por no decir manipulado, de forma que sirva al dogma de la “transformación”. Entonces, el tema de “los médicos privados” está más que regalado para ser engullido en la polarización alimentada desde Palacio Nacional: el término “privado” resulta muy conveniente para descalificar un reclamo de carácter humanitario que, por si fuera poco, sí se podría atender pues vacunas hay.
Así que háganle como quieran, porque ni van a imponerle al Presidente un tema, ni sus argumentos serán escuchados dado su origen espurio y, por eso mismo, el reclamo terminará siendo volteado para reforzar la idea de que, más que interés en los médicos privados (o en la ecología, o en el fomento de empleos, etcétera), cualquiera que se pronuncie sólo pretende obstaculizar el cambio porque ha perdido privilegios.
Esta lógica circular parece inescapable para adversarios y críticos. El Presidente está dispuesto a muchas cosas para preservar una forma de poder monolítica. Refractaria a cualquier crítica. Autoritaria en esencia, abrumadora por su falta de comedimiento. Y, de momento, envalentonada por el respaldo popular que, según las encuestas, aún mantiene.
Andrés Manuel no cambiará de manera de actuar incluso en un escenario de erosión de ese apoyo o ante flagrante muestra de que sus políticas fueran contraproducentes o dañinas.
Es necesario aceptar una realidad: esta clase gobernante ha renunciado a los mecanismos convencionales de rendición de cuentas. El acuerdo, más o menos respetado hasta 2018, de los políticos por darse unas reglas de acceso y permanencia en el poder no existe más.
Guarderías infantiles, refugios de mujeres, mecanismos de búsqueda, médicos privados, nada vale si cuestiona al Presidente. Y el rumbo que tome un gobierno que ha manifestado férrea voluntad de no renunciar a esa tendencia es hoy por hoy impredecible. Pero al menos eso ya deberíamos tenerlo claro.