Ni por biografía antes de conocer el poder, ni por vida profesional una vez que entró en la administración pública, Claudia Sheinbaum ha de demostrar a nadie que no le marean lujos y oropel. Así que conviene hablar de eso de viajar en turista a giras de trabajo.
La Presidenta de la República hizo su primer viaje internacional y hay unanimidad en que enhorabuena el retorno del país a esos foros globales. Da casi lo mismo lo que Sheinbaum haya presentado ahí en público, por esta vez la noticia es que fue.
Vendrán otras giras, otras coyunturas. El mundo, quién lo duda, vive tiempos que algunos, prematuramente, dicen que se asemejan a la crisis de los misiles; exageran, pero la mera evocación, desproporcionada o no, dice lo patas pa’ arriba que está todo.
En ese contexto ocurrió la gira de Claudia Sheinbaum a la reunión en Río de Janeiro, Brasil, del G-20.
La Presidenta decidió irse en línea comercial. Es un error, y una complicación innecesaria. Reitero: ella no tiene que demostrar que no padece el embeleso de los fastuos de la silla del águila. O no aún.
Si Sheinbaum tiene una bien ganada fama de obsesiva del detalle, para qué quiere alguien meterla en un avión donde no tendrá la capacidad de ejercer el seguimiento a lo que le preocupa y ocupa.
Un pasajero de una línea comercial es poco menos que una res. Las compañías aéreas tienen la obligación de priorizar en todo momento la seguridad del vuelo, de la tripulación, del pasaje. No la agenda de una autoridad, así sea la jefa de un Estado.
México es un país muy importante. Y también lo es su Presidenta.
Sheinbaum no puede ser una pasajera más y menos en un avión de bandera extranjera. Volar de México a Río de Janeiro se pudo hacer en una aeronave militar, así sea con escala, o en una aerolínea nacional, así sea forzando las fechas.
La prioridad debería ser la jefa del Estado mexicano. No una mal concebida idea de austeridad.
Se requiere que en todo tiempo ella sepa lo que pasa en México, que pueda comunicarse sin que un piloto de bandera extranjera se entere de sus mensajes, que si pasa algo en territorio nacional, ella esté en total capacidad de decidir incluso cancelar su gira, o cambiar la ruta.
Cuando no pasa nada, no pasa nada. Pero con una jefa del Estado ésa no puede ser la máxima. Siempre será prioritaria su seguridad, y su control dentro del vuelo: no pongamos más a la Presidenta en aviones cuya trayectoria se puede seguir en internet.
¿Quiere la Presidenta aprovechar el tiempo para trabajar con su secretaria de Energía sobre temas delicados? Que vayan en avión militar. ¿Quiere abordar temas que de pronto necesitan acceso a un colaborador que se quedó en México? ¿De verdad tiene que esperar a tocar tierra?
También debería ser clave no exponerla a un desaguisado. En los aviones comerciales vuela todo tipo de públicos, hay que minimizar cualquier riesgo.
Ella trabaja permanente por teléfono, para qué quitarle esa opción al ponerla en medio de pasajeros desconocidos o, peor, entrometidos.
Hablemos de eficientar los procesos de la Presidencia, su tiempo y su privacía, de que no se trata de una pasajera más: es la jefa del Estado mexicano y es materia de seguridad nacional su integridad; pongamos como prioridad la realidad de un país, no las rutas que da Expedia.
Si lo que quiere es que otros no se vuelen, que les corte las alas, como a Monreal. Y ya.