Aquí vamos de nuevo. Como hace un sexenio, como hace dos, políticos ya fueron a pedirle, de nuevo, a Juan Ramón de la Fuente que salve la política.
Plis virgencita, que ahora sí el doctorcito nos haga el milagro, que acepte el nonato frente que humildemente le ofrecemos, y que ahora sí quiera sacrificarse por nosotros.
A pesar de los pesares, y aunque ellos mismos no se ayuden, habría que recordar la obviedad de que en México sí hay políticos de raza.
Muchos tienen genuina vocación y carreras donde les ha tocado hacer un poco de todo antes de ocupar puestos, a veces luego de ganar elecciones, a veces como recompensa por ayudar a otros a ganarlas. Y no pocos han pasado largos años en el lado oscuro de la luna cuando les toca las de perder.
Arman mítines, choferean, recorren barriadas, aguantan vara con sus jefes, tocan cientos de puertas buscando electores, pagan de su dinero no sólo cuotas partidistas sino buena parte del proselitismo, bailan con señoras, bailan con señores, no le hacen feo a fritanga alguna en tianguis y mercados, se atascan de polvo, estudian –sí, estudian– las más diversas materias, sudan en el sol, gestionan ayudas, aguantan chaparrones, duermen donde caiga la noche, sacrifican el tiempo de sus familias, y grillan, grillan, grillan durante días, semanas, años.
Si luego algunos políticos roban (demasiados en nuestro país, y sobre todo demasiados impunemente), e incluso si algunos roban al punto de que la tierra es arrasada como si fuera Atila el que la hubiera pasado, ese es otro cantar.
A pesar de la caricatura que algunos de ellos se empeñan en hacer de su profesión, hay muchos políticos orgullosos de serlo, profesionales que no se identifican con los Duarte, los Borge, los Padrés, los Villarreal, los verdes, los Ángel Aguirre, los Eva Cadena…
Sin embargo, nuestra clase política parece condenada a un mal que podría denominarse como redentoritis aguda. Que venga un superhombre (supermujer, también aplica) a salvarnos.
La noticia este martes fue que líderes del Partido de la Revolución Democrática tuvieron la idea, nada novedosa, de que rumbo al 2018 ahí está Juan Ramón de la Fuente, supuesto remedio infalible para nuestra comezón sexenal.
Y es que al menos desde 2004 tenemos datos sobre este brote: a alguien se le ocurre que por qué no vamos e invitamos al doctor De la Fuente. En febrero de aquel año fueron el PT, Convergencia y, quién lo diría, el PVEM los que plantearon que no veían con malos ojos a don Juan Ramón como su eventual candidato al 2006. (http://eluni.mx/2tOhIgi)
Seis años después, en 2010, de nueva cuenta se dieron una serie de calenturas del mismo síntoma: que en las elecciones de 2012, De la Fuente nos ampare. Las notas de la época lo tienen diciendo que en todo caso sería, de serlo, un candidato ciudadano. Luego, como se sabe, por una cuestión personal, se retiró.
Y ahora, de nueva cuenta, llegó la temporada de “traigan al doctor milagro, que nos haga el ídem, que nos salve de todo mal”.
Quién sabe qué le verán al doctor De la Fuente que creen que servía igual para el México del 2006 (interinato incluido tras el voto por voto…), que para el del 2012, que para el del año entrante
Zedillista, cercano en su momento a AMLO, todo menos un político partidista clásico, es Juan Ramón de la Fuente, y los políticos ya se habían tardado en ir a pedirle que, por fa, los salve de sí mismos.