Ayer Andrés Manuel López Obrador abrió la puerta a la posibilidad de que las corcholatas regresen a su gabinete. Quizá ya vio que no había necesidad de adelantar la sucesión forzando a varios a renunciar si una es la que va a ganar, y que no había que debilitar el gobierno tan prematuramente.
AMLO le quitó a la Secretaría de Gobernación las funciones de seguridad pública. Renació así una dependencia encargada, al menos inicial o formalmente, de la violencia.
Al frente de esa dependencia han estado Alfonso Durazo, primero, y cuando éste se fue de campaña a Sonora la actual secretaria, Rosa Icela Rodríguez. A ésta se le reconoce que es de las funcionarias, sea a nivel local o federal, que se abocan de cuerpo entero a lo que le encargan.
Pero los problemas de inseguridad no están disociados de otras dinámicas. No por nada el Presidente ha implementado programas sociales para hacerle más caro al crimen organizado el reclutar a jóvenes. Por otra parte, la violencia también impacta en la gobernabilidad de un poblado, estado e incluso región.
Al principio de la administración Andrés Manuel no tuvo, en términos prácticos, alguien poderoso en la Secretaría de Gobernación. El desempeño de Olga Sánchez Cordero en Bucareli en un periodo de dos años y medio fue tal que todos sabían que ahí no se cuidaba la gobernabilidad.
En agosto de 2021 la senadora Sánchez Cordero volvió a la Cámara alta y al palacio de Cobián llegó Adán Augusto López, que en corto tiempo se convirtió en un verdadero número dos del gobierno. Para las cosas buenas, y para las rudas, AMLO tuvo un operador de mucho peso.
Luego este año, diría Chalino, llegaron las flores de mayo, y con ellas una infatuación del secretario López Hernández con la idea de suceder en el cargo a su paisano y amigo, a su “primo-hermano”.
¿Por qué Andrés Manuel dejó que su secretario de Gobernación se embarcara en una aventura que siempre se vio muy cuesta arriba y en la que ahora es, “anglicismo” obligado, un pato cojo, un político de poder menguante sin remedio?
¿Se vio obligado a tener un plan B por si acaso Claudia Sheinbaum se desinflaba? ¿Le sirve de garante para que otras corcholatas no vayan a echarle montón a la exjefa de Gobierno y en cualquier escenario su paisano le levantaría la mano a la capitalina? ¿O simplemente no pudo impedir que renunciara?
Siempre estará la versión de que Adán es el verdadero caballo negro, y para mayor especulación lo ocurrido aquel martes en Palacio, cuando lo animó a no amilanarse porque entraba a una competencia donde las encuestas no le favorecían, recordándole su propio ejemplo, según AMLO, cuando compitió contra Roberto Madrazo hasta que, ya lo saben, le hicieron fraude.
La verdad es que en la marcha de las corcholatas Adán sólo ha dado motivo de disgustos (sus muchísimos espectaculares son un escándalo) y no se ve por ningún lado que su candidatura vaya a prender.
Y mientras, el país atestigua sucesos como los de Guerrero, donde por un lado gobernantes (es un decir) aparecen con presuntos criminales y una turba toma la capital. ¿Será que hace falta operación política?
Sólo resta desearle a Luisa María Alcalde una rapidísima, pero de veras rapidísima, curva de aprendizaje como secretaria de Gobernación. Ella, que es capaz y también muy dedicada, tendrá que ayudar a que el país no se le salga de las manos a su jefe, ahora que le ha encargado la gobernabilidad de una nación asolada por la violencia.