Se sabe, de tiempo atrás, que el presidente nacional del PAN, Marko Cortés, quiere convertirse en senador en 2024. Con alianza o sin alianza, se da por hecho que el michoacano buscará un escaño en la Cámara alta; y no sólo estar, sino dirigir la bancada panista.
La jugada completa de Marko sería dejar la dirigencia de Acción Nacional al hoy diputado Jorge Romero, cabeza del grupo acusado de ser un cártel inmobiliario. Romero pagaría el favor nombrando a Cortés coordinador de los senadores, pues ésa es prerrogativa del jefe nacional.
Lo que no ha quedado claro de esta intentona es si Marko Cortés pedirá ser candidato de lista o querrá sudar la gota gorda y hacer campaña para disputar una de las tres senadurías que salen de cada entidad federativa.
Es decir, si Marko, máxima autoridad blanzquiazul, sacará o no el lápiz para apuntar en la lista de plurinominales “candidato a senador, Miguelito”, y encima se reservará un lugar que garantice que, le vaya como le vaya a su partido en 2024, él llegue al Senado.
Qué novedoso y agradecible sería que Marko decidiera que estos tiempos demandan una muestra de arrojo de un dirigente que no sólo confía en su partido, sino que encabezará la batalla desde una posición que mande la señal de que empeñará su resto en que el PAN sea un protagonista en los comicios del año entrante.
Y que, en línea con esa determinación, él se apuntara en un lugar de la lista en el que un mal resultado ponga en riesgo el obtener una chamba legislativa de seis años a partir de septiembre de 2024.
Treinta y dos de los 128 de las y los senadores que entran a la Cámara alta se eligen por vía plurinominal. Cada partido obtiene tantos como porcentaje en esa elección logre. Si revisamos los resultados de las últimas tres elecciones de renovación senatorial, por esa vía el PAN ha ganado 11, nueve y seis posiciones en el Senado en 2006, 2012 y 2018, respectivamente.
La lista va a ser encabezada por una mujer, entonces el lugar dos es para un hombre y así sucesivamente. Es natural que Marko busque mejorar el resultado de hace cinco años, cuando AMLO los aplastó, y al menos igualar el de hace 11, cuando, con Vázquez Mota, se fueron al tercer lugar: entonces, qué tal que se ponga en el lugar ocho de la lista.
Si hiciera esto, además daría un gran ejemplo partidista. Hace cinco años la entonces dirigencia de Damián Zepeda dejó a Cortés en el camino, al colocarse aquél en la lista en los lugares privilegiados.
Ejemplar sería también que PRI y PAN dijeran cuál es el compromiso para meter en los lugares que sí tienen garantizado entrar al Congreso a candidatas y candidatos propuestos por esa ciudadanía que últimamente ha infundido vida a estos partidos.
Incluir ese tipo de personajes podría refrescar las campañas electorales y aportar en los debates y en la confección de leyes en las cámaras. De lo contrario, el discurso con el que desde la oposición se pretende arrinconar a Morena como retrógrado y corporativista se vendrá abajo.
Marko, y también el priista Alito Moreno, pero ese es otro tema, han de demostrar con hechos el talante de apertura y pluralidad que han venido presumiendo al hablar de que hay sólo dos bandos, y que quienes buscan arrebatar el poder al lopezobradorismo constituyen un bando realmente incluyente.
Discurso que no se traduce en hechos es demagogia. Marko al lugar ocho de la lista sería un trancazo mediático.