Con el asunto de las vacunas, desde diciembre se repite un guion con variaciones muy menores: cada semana más o menos se anuncia que van a llegar (o que han llegado, da igual) miles o millones de dosis, y que es inminente la vacunación masiva. Acto seguido se especifica quiénes están por recibir la vacuna y luego se reportan “avances” de la aplicación.
Sin embargo, la realidad desde diciembre es, por un lado, que siempre llegan (muchas) menos vacunas de las anunciadas, o que llegan en plazos muy distintos. Y por el otro, que la aplicación de aquéllas que sí llegan es a cuentagotas y que no ha respetado el orden definido originalmente. Hoy el personal hospitalario no tiene cobertura completa, y a pesar de ello se agregaron a maestros de Campeche y –según reportes– a personal de las cuadrillas de vacunación pertenecientes a la Secretaría del Bienestar, los llamados Servidores de la Nación.
Hoy 15 de febrero inicia de nueva cuenta este ciclo narrativo. Con un cargamento de 870 mil vacunas AstraZeneca procedente de la India, recibido ayer, este lunes arranca la vacunación de adultos mayores de 60 años (otras 494 mil de Pfizer, para personal hospitalario, estarían llegando mañana martes).
La estrategia gubernamental pretende aplicar estas primeras vacunas en 330 municipios, los “más alejados, marginados, con la población más pobre del país”, según dijo ayer López Obrador.
El Presidente insistió este domingo en que de aquí “a mediados de abril” todos los adultos mayores de 60 años –que son más de 15 millones– tendrían al menos una dosis aplicada. Ojalá así sea. Nadie gana con las fallas gubernamentales en esta delicada materia.
Y aunque hay críticas a la decisión de comenzar por municipios donde no necesariamente ocurren el grueso de los contagios, habría que hacer dos matices: es cierto que en lugares apartados o marginales la dispersión del virus puede ser menor, pero es de alta letalidad por la falta de atención médica; y el segundo es que si el plan del gobierno funcionara, si realmente quieren abarcar a todos los adultos mayores en ocho semanas, muy pronto se estaría vacunando en las zonas urbanas con mayor concentración de casos. Ojalá.
Porque de no ocurrir así sería imposible no entender esta polémica decisión, de ir de la periferia de los contagios a las zonas cero de los mismos, como una forma de reforzar dinámicas electorales que en el pasado le han dado resultado a López Obrador.
El hoy Presidente ha lanzado en distintas décadas exitosas estructuras electorales. Como presidente del PRD, a mediados de los 90, impulsó las Brigadas del Sol para cosechar votos en 150 de los 300 distritos federales; el resultado fue una vigorosa bancada de más de 120 diputados perredistas en 1997.
Y el antecedente más inmediato se dio en 2017, cuando tras la derrota en la elección del Estado de México, López Obrador definió 120 distritos clave, y en ellos trabajaron los promotores que hoy son conocidos como Servidores de la Nación.
Si estos funcionarios son vacunados antes que la población en un escenario donde la vacunación masiva se atora –por envíos que no llegan o logística que no funciona–, sería muy difícil no especular que lo que el gobierno federal quiso privilegiar, sobre todo, fue la protección de un ejército de operación electoral y una estrategia que no impactaba zonas con alta incidencia de contagios, sino que apuntala el discurso de que se privilegió a los más pobres. Esto último será cierto, pero epidemiológicamente sería tan marginal como susceptible de uso electoral.