El lunes por la noche PRI, PAN y PRD emitieron un comunicado de 343 palabras para anunciar que su coalición rumbo a las elecciones presidencial y del Congreso de la Unión se llamará “Fuerza y Corazón por México”. En el texto no existen las palabras ciudadanía, ciudadanos o similares.
El boletín de los presidentes de Acción Nacional, del Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática expone, con humor involuntario, supongo, que “los dirigentes Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano intercambiaron propuestas y generaron un amplio consenso y acuerdo para fortalecer a Xóchitl Gálvez y lograr lo mejor para el país”.
Menos mal que entre los tres lograron amplio consenso. Claro, si unas horas antes el PRD había amagado (es un decir) con agarrar sus (pocas) chivas e irse al considerar que no se le estaba dando su lugar, no está de más el subrayado de que ahora esa troika vive la paz del “amplio consenso”.
El boletín destaca una realidad. En su redacción y en las fotografías que se repartieron junto con el comunicado aparecen sólo las cabezas de la otrora partidocracia. Brilla por su ausencia, literalmente, eso que tanto se cacareó durante meses –años incluso–: la participación de la llamada sociedad civil.
Hay al menos tres lecturas de ese mensaje de que los partidos priman y nadie más.
La primera es que la llamada marea rosa fue el resultado de temores frente a políticas muy concretas del presidente López Obrador, pero que no se deben confundir las nutridas manifestaciones sociales con la representatividad, y menos la articulación intergrupal, de algunos liderazgos “ciudadanos”.
De forma que al llegar la etapa de las campañas, o precampañas si se quiere, arriba también el momento de las organizaciones profesionales de la política. El momento de esos que pueden movilizar votos, de aquellos sobre cuyas estructuras y experiencia se han de montar las giras y los actos proselitistas.
Al final de cuentas, estos partidos serán los que siglen todas y cada una de las candidaturas; incluidas, si las hubiere, aquellas donde el o la elegida para representar a la coalición del cursi nombre sea un o una ciudadana, y no alguien dedicado profesionalmente a la política.
La segunda lectura tiene que ser una reflexión sobre lo que realmente aportaron, o aportarán en la hora de la verdad, las organizaciones ciudadanas que manifestaron su simpatía con la alianza de PAN, PRI y PRD. Y si en el proceso esa ciudadanía se consolidó de alguna forma.
En su momento circuló la idea de que representantes ciudadanos de diversos orígenes darían legitimidad a partidos que hoy enfrentan severos cuestionamientos por sus grandes deficiencias, y negligencias, en los gobiernos del pasado. Hasta fotos se tomaban juntos. Pero el lunes ya no.
No sobra decir que algunos de esos ciudadanos en realidad son políticos hoy sin partido, que intentan reposicionarse (lo cual es legítimo) en la política llamándose ciudadanía (lo cual es de dudosa legitimidad). En todo caso, la cuestión es si tienen peso, representatividad, arrastre, recursos o algo.
Pudieron articular la expresión de repudio a decisiones de AMLO, mas es de dudarse si en sentido contrario pueden movilizar votos a favor de Xóchitl Gálvez.
Y con eso la tercera lectura. Esas figuras de la ciudadanía se involucraron en la organización de la interna del otrora Frente Amplio por México, y algunas de esas personas hasta fungieron como árbitros de la misma. Concluida ésta, dónde está la articulación de precandidata y “ciudadanos”.
En general, esos ciudadanos no aparecen hoy ni con los partidos ni con la precandidata. ¿Se esfumaron?