En los últimos meses hemos atestiguado la contienda interna del Partido Demócrata para ocupar la candidatura a la presidencia de Estados Unidos. Mucho está en juego. La persona que resulte electa se enfrentará a Donald Trump, quien competirá para tener un segundo término en la Casa Blanca, salvo que el proceso de revocación que le ha abierto el poder legislativo dicte lo contrario.
Por ello, la elección de la persona que encabezará la boleta demócrata ha llamado la atención de todo el mundo. Muchos tópicos, aparte de la posible destitución de Trump, han destacado por su relevancia en la agenda de los candidatos punteros como Biden, Warren y Sanders: migración, salud, emergencia climática, seguridad nacional, reforma fiscal y desigualdad.
Modestamente, desde una esquina con pocas probabilidades de lograr la nominación, Andrew Yang se ha esforzado por hacer notorio un tema que poco ha importado a los candidatos punteros, medios y buena parte de la clase política: la renta básica universal.
A primera vista, Andrew Yang destaca por su elocuencia y su sagacidad. A sus 44 años, ya ha fundado varias empresas y ha apoyado diversos proyectos comunitarios que están por despegar. Es hijo de dos inmigrantes, quienes dejaron Taiwán y se mudaron a California. Su entorno ha estado sumergido en la tecnología desde pequeño, dado que su padre trabajó en empresas tecnológicas del famoso Silicon Valley. Este intenso contacto con el mundo de la innovación y la tecnología lo ha motivado a impulsar la lucha por la renta básica universal (RBU), conocida también como dividendo social.
Durante los últimos meses Yang ha mostrado su plan. En sus propias palabras: “literalmente quiero darle dinero a todos”. Sin embargo, la idea, por más exagerada que suena, no es tan sencilla ni descabellada como podría leerse.
En las últimas dos décadas, el crecimiento acelerado del sector tecnológico ha permitido notables avances en la automatización de tareas hechas por máquinas. Buena parte de las industrias que previamente utilizaban el trabajo humano comienzan a suplir nuestras manos con brazos mecánicos. Las máquinas pueden fabricar pantalones, cosméticos, automóviles, medicamentos, aviones e incluso otras máquinas.
Año tras año, la clase media estadounidense ha visto desaparecer millones de empleos por esta razón. Estudios del Massachusetts Institute of Technology (MIT) estiman para 2030 una pérdida del 25 al 30% de los puestos laborales debido a la automatización. Pero algunos sectores resentirán más este fenómeno. Debido al trabajo de inteligencia artificial que se desarrolla en empresas como Tesla, en donde se busca suplir al piloto humano, Yang estima que para el mismo año la mitad de los 3.5 millones de conductores de carga norteamericanos habrán perdido su empleo.
Para afrontar esto, Yang propone entregarle a cada ciudadano mayor de edad la cantidad de mil dólares mensuales. Esta medida puede verse como una reacción frente a la probable pérdida masiva de fuentes laborales. También puede analizarse como una política de redistribución. Finalmente, especialistas como Philippe Van Parijs señalan los beneficios de esta medida para la libertad de los individuos.
Para lograr este plan, es esencial señalar de dónde provendrían los recursos. Yang ha planteado dos grandes pilares para conseguirlo. En primer lugar, la política social tendría que reestructurarse y consolidarse; de esta manera, en vez de cientos de programas dispersos se pasaría a uno consolidado. El segundo pilar es una reforma fiscal que permitiría recaudar 1.8 billones de dólares al imponer tasas a los robots en las industrias, las transacciones en línea y nuevos impuestos a plataformas como Facebook y Google.
Podemos no estar de acuerdo con Yang. Lo que es innegable es la fuerza detrás de esta idea: la tecnología avanza, el tiempo corre y la humanidad espera respuestas a los nuevos retos que implican la automatización e inteligencia artificial.
Se abre un nuevo capítulo para la humanidad, una cuarta revolución industrial, y por tanto se vuelve urgente que dediquemos todo nuestro esfuerzo a pensar alternativas fuera de nuestras convenciones. Habrá que marcar una nueva ruta de navegación, a bajar los mapas de lo transitado: esta corriente lleva a tierra desconocida.