Las avenidas llenas de hermosas jacarandas floreadas, el calor sofocante del cenit y los días con más horas de luz solar nos dejan ver que la primavera está llegando. Con ella, una popular festividad en nuestro país nos visita: el puente del Natalicio de Benito Juárez.
Asalariados, burócratas, estudiantes, tenderos, doctoras y profesionistas lo celebramos por igual. La alegría de un día extra de descanso inunda de visitantes las plazas públicas, los corredores gastronómicos, los malecones, las heladerías.
Las fuentes públicas son el lugar favorito de los niños que chapotean entre burbujas y la música que proviene de las verbenas. Se ve de todo en estos días. Las sonrisas cómplices de los novios, al caminante solitario enfrascado en la reflexión y hasta la cara roja y sudorosa de quien se enchila con una tostada rebosante de salsa.
Hay quien saca sillas a la calle para disfrutar del sereno. Hay quien agarra la carretera y se lanza con una hielera y asador a la playa más cercana. Hay quien usa esos días para ponerse al día con una lectura, serie o con los deberes domésticos. Y también hay quien trabaja, sin poder disfrutar de estos días de relajación.
El ocio es fundamental en nuestras vidas. Durante el tiempo libre podemos reafirmar nuestra identidad, nutrir las relaciones interpersonales, ejercitarnos, profundizar aprendizajes de materias diversas y, sobre todo, es el momento en donde podemos trazar nuestro proyecto de vida.
Por ello, defender el tiempo libre no es un asunto menor. Al contrario, se vuelve materia relevante en el espíritu de época que vivimos, que celebra la auto-explotación, las jornadas laborales sin horarios de salida y el “sentido común” del trabajo compulsivo.
En los años laborales que he vivido, ya sea como trabajador, servidor público o como emprendedor he notado en mí, en mis patrones y pares, esta pulsión que penaliza el descanso y celebra los horarios extendidos. Vivimos en condiciones que impulsan sucumbir ante el trabajo sin descansos, como si esto representara mayor productividad o una mayor entrega en las faenas encomendadas.
Acompañado de estas nociones simbólicas, este problema también posee un componente laboral. Como país tenemos la mayor carga de trabajo dentro de los que pertenecen a la OCDE.
Una jornada laboral promedio en México es de 2,255 horas anuales mientras que en Alemania y Dinamarca están en el rango de las 1,400 horas y en Estados Unidos promedian 1,783. Cuando se trata de productividad, podríamos afirmar que las cifras se invierten en favor de quienes descansan más.
Esto nos lleva a una discusión del tipo “huevo-gallina” y podría parecer que nos conduce a un callejón sin salida. Lo cierto es que el Foro Económico Mundial y la Organización Internacional del Trabajo coinciden que para aumentar la productividad de una empresa es necesario mejorar las prestaciones laborales, generar una cultura de capacitación constante así como impulsar nuevos indicadores de éxito basados en la creatividad, los resultados y no en la horas de trabajo.
Estos cambios no pueden venir de un solo ente. Sin duda el nuevo gobierno, las empresas y quienes trabajamos debemos tomar parte en la construcción de una nueva realidad laboral en México que favorezca al descanso, mejore las condiciones laborales y aumente la productividad. Estamos frente a un horizonte que tendrá que discutir marcos regulatorios, el papel de la tecnología, los incentivos laborales y nociones de corte social y filosófico.
Lo cierto es que estos debates nos deben llevar a una realidad contundente: el descanso y el ocio nos permiten encontrar nuestro lugar en este mundo, por eso es preciso defenderlos.