Raúl Cremoux: ¿Por qué AMLO quiere regresar al pasado?

¿Quiere AMLO ejercer el poder a la vieja usanza?
¿Quiere AMLO ejercer el poder a la vieja usanza?
Morenista.¿Quiere AMLO ejercer el poder a la vieja usanza?
Cuartoscuro
Raúl Cremoux
Investigador
2018-03-02 |09:46 Hrs.Actualización09:46 Hrs.

Miembros de la comentocracia y diversos analistas afirman que López Obrador aspira a gobernar con normas y postulados rancios; detallan que sus pretensiones están dos, tres y hasta cuatro decenios atrás. Aparte las nostalgias, ¿qué había años atrás?

Se daba un sistema político donde las cosas funcionaban como balsa sobre aceite, y en el centro se encontraba un poder fuerte llamado Presidencia de la República. Para demostrarse a sí mismo que eso es lo que quiere, Morena, su creación y partido, tiene un espejo que refleja el pasado. El poder del presidente fue alguna vez inmenso y así lo ejercía de tal modo que era personal e imprevisible, los núcleos determinantes de poder así lo asumían para favorecer sus intereses. Era la pieza principal de nuestra vida política a la usanza de las viejas monarquías. Las instituciones estaban a su servicio, de ahí que el poder se ejerciera de modo personal y hasta caprichoso. Véase lo que ocurre en Morena. Ahí no hay ideas, programas ni proyectos, lo que hay es una incondicionalidad total con el líder. Él es el único que piensa, dicta y maneja la ruta que todos los miembros deben tomar. Recordemos a Gustavo Díaz Ordaz, a Luis Echeverría o a José López Portillo. Eran brillantes, únicos, geniales, hermosos y ejercían el poder como le gustaría a López Obrador.

Él aprendió todo eso desde que se afilió al PRI a mediados de los 70, cuando durante cinco años fue delegado estatal del Instituto Nacional Indigenista y, claro, comenzó a absorber todas las enseñanzas como coordinador de campaña de Enrique González Pedrero. Más tarde llega a ser el presidente del Comité Ejecutivo Estatal, en 1983. Como tantos otros priistas desencantados de la rigidez del PRI, se une a la Corriente Democrática y se lanza a conquistar la gubernatura de Tabasco en 1988, pero sólo obtuvo el 20.9% de los votos y perdió ante Salvador Neme Castillo, quien ganó con el 78.3% de la votación. Por supuesto, exigió la anulación de los comicios con marchas y mítines de protesta. Eso lo lleva a convertirse en presidente de su partido en Tabasco. Vuelve a postularse como candidato y vuelve a perder, pues obtiene el 38.7% de los votos contra 57.5% de Roberto Madrazo. Su protesta es épica, pues, entre otras cosas, bloquea el acceso a los pozos petroleros con las consecuencias que todos vimos. Organiza una marcha por la democracia que llega hasta la CDMX y con ello adquiere importante notoriedad dentro del PRD, donde más tarde alcanzará la presidencia de ese partido. Por supuesto que extraña esos tiempos en los que el presidente de la República gozaba de facultades metaconstitucionales semejantes a las de un jeque o de una testa coronada. Del PRI y de su hijo natural, el PRD, aprende que la lealtad del partido y más tarde de los puestos ejecutivos, todos pertenecen a la voluntad del supremo.

La economía, como las relaciones exteriores, se dictan desde Los Pinos; las empresas estatales son dirigidas por amigos y parientes, cuando incluso el orgullo de López Portillo fue su nepotismo. Nadie, salvo una pequeña parte de la oposición, manifestaba su malestar y a veces hasta indignación. Prácticamente no había contrapesos: ni el Congreso era lo suficientemente heterogéneo ni los gobiernos estatales tenían significación importante. Los medios de difusión, salvo excepciones, formaban en el “día de la libertad de prensa” un coro laudatorio con la persona y las acciones presidenciales. AMLO supo que al poder no se llegaba en forma meritoria, que tampoco importaba la experiencia o la educación, ni siquiera era relevante hablar bien, sin titubeos. Cuando mucho alguien por ahí presumía una licenciatura y rara vez un doctorado, que debía ser en economía. Lo decisivo era la cercanía con el Supremo.

Era un México plegado a los designios de los empresarios, inversionistas nacionales o foráneos, y lo económico era secundario, aunque constantemente se presentaba el fenómeno de no tener para pagar la deuda externa. Siempre se resolvía y no faltaba la ocasión para una gira tricontinental del presidente con un vistoso séquito, en el que abundaban los secretarios, industriales, intelectuales, gobernadores, deportistas. Los criminales eran unos cuantos y la población mostraba una buena dosis de docilidad. En suma, “todo estaba bien”. En consecuencia, regresemos al pasado, nos iba mucho mejor.