Ya no importa si habla de medicinas, de megaproyectos, de beisbol o de lo que sea, siempre termina denostando a un periodista, un intelectual o un medio. El Presidente va para tres semanas de referencias diarias al gremio, escalando su virulencia retórica y definiendo posiciones como si fueran campos de batalla que marcan él y sus fanáticos incondicionales. En su maniqueísmo, quienes no ven a México y al mundo bajo la misma óptica son traidores, enemigos de la patria, contra los que anima sistemáticamente a su linchamiento. El odio y la salivación vengativa están rebasando al mundo digital y apresurando su paso al mundo real. Andrés Manuel López Obrador, a partir de la defensa sin cuartel de su hijo, ha fijado al “enemigo” que quiere aplastar: la prensa independiente.
El Presidente no está solo. Las bancadas de Morena en el Senado y la Cámara de Diputados, altoparlantes aterrados de López Obrador, repiten que hay una campaña de los medios en su contra. Su eco, la disminuida jefa de Gobierno de la Ciudad de México, cabildea con sus pares para satisfacer al patrón. Ejércitos y partisanos se han formado. Los francotiradores, que no son virtuales, disparan desde escaños y curules. En la Suprema Corte de Justicia, donde el Presidente cada vez tiene más aliados, aprietan el torniquete con fallos absurdos en defensa aparente de los derechos de las audiencias, que en la práctica significa censura.
Las libertades en México atraviesan por un mal momento. Es una lucha asimétrica la que se vive, donde el Presidente erróneamente define a medios, periodistas e intelectuales como sus adversarios. Los medios de comunicación son parte de la arena pública, definida por Jürgen Habermas en 1962, pero que sufrió una profunda revolución desde los primeros años de este siglo por las nuevas tecnologías, que la llevó a un plano horizontal, rompiendo la verticalidad y las viejas categorías que establecían que los medios definían en qué pensar. Esa jerarquización explotó en pedazos, pero López Obrador retomó con enorme vigor la dialéctica de aquellos años, la conquista de las mentes mediante la construcción de consensos.
Lo que permanece, pese a todo, son los principios de libertad, que no le gustan al Presidente, y a quien le estorban los que disienten, critican, y quienes consideren que su proyecto de nación es malo o que, simplemente, no sean una copia de su pensamiento. ¿Hay algo de malo en ello? Para él, sí. Se puede entender su exasperación. Diseñó sus mañaneras como un espacio de gobierno donde monopoliza el micrófono y trata todos los días de establecer la agenda, como era con el viejo modelo de la agenda setting, en diferente formato, pero va perdiendo.
El último reporte de monitoreo sobre la mañanera de SPIN Taller de Comunicación Política dado a conocer el martes al cumplirse el ejercicio 788, señala que sólo el 6 por ciento de las principales noticias de primera plana (298 de un total de 4 mil 780) de los siete periódicos de mayor difusión nacional retomó lo que había planteado el Presidente como tema principal de conversación. La Jornada, donde varios de sus cuadros editoriales, moneros y articulistas son parte orgánica del gobierno y asesores personales del Presidente, fue quien más retomó los temas que propuso López Obrador, pero aun así fueron pocos: 86. Excélsior le siguió con 64, Milenio con 52, El Financiero con 32, Reforma con 26, El Universal con 21 y El Economista con 17. Lo que nos dicen estos datos es que la conversación no la ha puesto el Presidente mayoritariamente en su sexenio, sino la prensa.
La poca difusión que tienen sus mensajes se puede explicar en que son monolíticos, y casi siempre es lo mismo de siempre. La repetición sistemática es eficiente en la propaganda y para anidar la semilla en la mente de las personas, pero al no ser información noticiosa –entre sus elementos incluye que sea algo nuevo para la mayoría, o inédita o sorprendente, o también una idea genial–, se descarta. SPIN muestra la monotonía del discurso, en términos de noticia: en las mañaneras se ha mencionado 6 mil 172 veces la palabra corrupción; 2 mil 329 la palabra conservador o sus derivados; 222 veces racismo o racista; 129 golpe o golpismo, y 127 clasista o clasismo.
El Presidente ha repetido 53 veces que “el que nada debe nada teme”, pero su piel es mucho más delicada de lo que presume. Aguanta muy poco la crítica, porque está convencido de que sólo él tiene razón. Su obsesión por la transformación se explica en su propia definición privada de lo que ello significa: que el poder se asiente en una sola persona. No lo comparte, como en una democracia sucede y obliga a la negociación, ni acepta, como en un orden realmente democrático, que exista desacuerdo. Su terquedad es violenta, lo que explica el silencio miedoso de su gabinete, sus colaboradores y su partido, al enfrentarse a los medios y periodistas.
Así no, Presidente. Si usted considera que tiene razón, argumente y no insulte, persuada pero no ataque. Confronte sus ideas porque el país no está en condiciones sociopolíticas para procesar sus agresiones a los medios y sus periodistas. Sobre su espalda ya carga 47 asesinatos de periodistas, y apenas ha rebasado la mitad de su sexenio, y su ejemplo ha contagiado sátrapas, como los gobernadores de Veracruz y Puebla, poniendo en riesgo la vida de todos.
La prensa no debería verla como su enemiga. Podría haber sido un vehículo eficiente para el andamiaje de su transformación, pero por razones subjetivas y prejuicios, la confrontó desde el inicio al nunca entender su naturaleza crítica. Empezó contra unos, y en tres semanas ya sumó a muchos. Sabemos que su visión no cambiará, pero podría modificar el tono y reducir la confrontación. Aclaremos. La responsabilidad es de todos, pero depende mucho de la iniciativa que tome el Presidente. Si quiere ahogarnos, no puede esperar que nadie, al menos, intentemos patalear.