El Presidente está empapado en la ira. No ha podido procesar con serenidad e inteligencia racional la difusión de la casa gris donde vivió en Houston su hijo mayor y su nuera. Dos semanas seguidas ha sido el principal promotor de un tema que pudo haber contenido, pero ha seguido inyectándole combustible. Podría incluso convertirse en el error estratégico que cometió el presidente Enrique Peña Nieto cuando, para explicar la casa blanca, envió a su esposa Angélica Rivera a defender la adquisición. Fue un desastre de comunicación política porque una artista, enojada y regañona a la vez, transmitió lo contrario a lo buscado. La respuesta sepultó el sexenio de Peña Nieto.
No se sabe aún si ése será el camino que seguirá López Obrador, que no tiene los negativos de Peña Nieto a esta altura de su administración, ni enfrenta un clima social tan adverso como el expresidente. Sin embargo, a diferencia de Peña Nieto, ha apretado su paso por el camino equivocado, elevando las apuestas al atacar de manera violentamente creciente al mensajero. Su problema es que lleva tanto tiempo disparando al mensajero, que los empujó a cruzar el Rubicón y empiezan a responderle de manera beligerantemente proporcional. Esto no va a terminar bien.
El Presidente y el mensajero (o los mensajeros) están metidos en el dilema planteado en el juego de la gallina, que es mostrado con dos automovilistas que aceleran el uno contra el otro. Si uno se sale de la ruta de colisión podría ser considerado cobarde, por lo cual quien no se mueve del camino, gana. Si ambos deciden que no chocarán, ninguno pierde nada y los dos salvan la vida. Pero si ninguno modifica su actitud, los dos mueren. Este juego es simultáneo, por lo que no hay información sobre cómo podría reaccionar ninguno de ellos, para tomar decisiones meditadas.
La teoría de juegos tiene que ver con incentivos. La Guerra Fría proporcionó ejemplos prácticos, donde las potencias nucleares fueron incrementando sus arsenales de autodestrucción masiva, donde el incentivo era no iniciar una guerra nuclear porque, aun ganando, perderían y todos morirían. En cada uno de los juegos, uno de los actores piensa en no ceder, esperando que su contraparte desista, que espera lo mismo de su interlocutor. Hay algunos juegos, como el dilema del prisionero, donde la colaboración es benéfica para las dos partes, pero en otro, como en el de la gallina, la apuesta para ganar es que lo vean lo suficientemente dispuesto a chocar, para que el otro se aparte de la ruta de la colisión.
En el caso de la casa gris nos tiene colocados en la ruta de la colisión. El mensajero ha sido sistemáticamente estigmatizado y sometido a linchamientos digitales y problemas, para algunos, en las calles, con agresiones al toparse con simpatizantes del Presidente. No hay mejor soldado que aquél que siente que ya está muerto, y un fenómeno similar ha sucedido con muchos periodistas. Sus ataques han sido tan metódicos, tan sistémicos, que los periodistas saben que cualquier mañanera pasarán frente al pelotón de fusilamiento. Ante López Obrador se sienten muertos, y actúan en consecuencia.
El Presidente, que siente que todo lo que sucede en el universo que no se ajusta a su pensamiento está relacionado con una conspiración en su contra para impedir que cristalice sus sueños de trascendencia, ha elevado el tono de violencia y puesto a varios periodistas a su propio nivel, confundiendo de una manera lamentable que ningún o ninguna periodista, por más famoso, más popular o influyente, es equiparable al jefe del Ejecutivo mexicano. No es un tema de la persona per se, sino de funciones y responsabilidades. Una o un periodista responde a sus audiencias y lectores, que le premian o castigan. Cuando le fallan, pueden dejar de leer o apagar la radio y la televisión, y ahí queda todo. Un Presidente responde a todo el país, y sus actos tienen consecuencias de corto, mediano y largo plazo que impactan a millones de personas, porque la gente le otorgó en las urnas el mandato para que tome decisiones en nombre suyo. Si falla, no pueden dejar de leerlo o escucharlo, apagar la radio o la televisión y resuelven todo. Si se equivoca, arruina al país.
En este caso, no se ve a ninguna gallina que, contrario a lo que se pueda considerar socialmente como una cobardía, actúe con mesura e inteligencia racional. El Presidente tendría que entender que, como en una guerra nuclear, aunque gane, todos pierden. La casa gris lo tiene desubicado y ya contaminó sus decisiones. No se puede explicar de otra manera el porqué declaró ayer que había puesto “en pausa” las relaciones con España, transfiriendo su ira con los mensajeros y su frustración. Si tan sólo reflexionara en la paradoja de que no termina de apagarse el escándalo porque él mismo ha impedido que se evapore y minimice, y en que está infectando decisiones de gobierno.
¿Está manejando el Presidente los asuntos públicos a partir de sus berrinches? ¿Así está manejando al país? Qué miedo y qué desgracia. López Obrador no ha podido compartamentalizar su mente y separar la ira contra sus críticos, de la casa gris y de sus prejuicios, de las decisiones de gobierno. No se puede gobernar con el hígado, ni a partir de estados de ánimo. Tampoco puede quedarse ciclado en el tema de un conflicto de interés y eventualmente un caso de corrupción de su hijo, y resolverlo en la ventanilla de la Función Pública, que tiene la competencia para dilucidarlo.
El Presidente está obnubilado, y cuando eso sucede, al perder el control, pero no el poder, nos ha ido muy mal como país. López Obrador tiene que desacelerar y evitar la colisión. Es cierto, las críticas no cesarán ni las investigaciones periodísticas se detendrán, pero éstas no se contienen elevando las agresiones y la violencia, sino con tolerancia, inteligencia, eficiencia, transparencia y resultados.