Hasta el final, la defensa de Félix Salgado Macedonio ha estado por encima de cualquier consideración. La orden de Andrés Manuel López Obrador a todas y todos en su administración y sus ramificaciones en el partido y en el Gobierno de la Ciudad de México fue que acuerparan al candidato de Morena al gobierno de Guerrero, porque las críticas y censuras a Salgado Macedonio, como él las ve, son un ataque al Presidente. La muralla de metal en Palacio Nacional es el resultado de la muralla política que colocó alrededor de Salgado Macedonio para protegerse de un mundo que, cree, conspira contra él para descarrilar su proyecto de país.
La paranoia y la victimización que tanto le dieron en el pasado, hoy tienen rendimientos públicos decrecientes. Y la corte, sin reparar en el descrédito que le acarrea la sumisión acrítica a su soberano, acata.
A finales de mes llegó a Palacio Nacional Mario Delgado, líder nacional de Morena, para informarle que la candidatura de Salgado Macedonio no se caería. Ni siquiera lo recibió. Ya había dicho López Obrador que así quería que fuera, y tenía que solucionarlo como fuera. Días antes se había realizado la farsa de la Comisión de Honor y Justicia del partido sobre la comparecencia del candidato, en un intento de control de daños a la manifestación del Día Internacional de la Mujer, este 8 de marzo, que se estrelló en el suelo cuando lo exoneraron y detonaron las primeras marchas de protesta. Desde Palacio Nacional se instruyó a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, que las detuviera, lo cual logró su policía con algunas protestas.
Todo iba construyendo el momento para la manifestación de este lunes por la tarde, que fue antecedida por una protesta virtual para apagar la mañanera de López Obrador, con 575 conferencias simultáneas a la del Presidente, a quien volvieron a cuestionar por su estigmatización del movimiento feminista y su sostenida incomprensión del fenómeno de la violencia contra las mujeres. López Obrador no lo ve; menos aún lo comprenderá. No hay macho más consistente que aquél que no reconoce sus rasgos misóginos. En el caso de López Obrador, lo social ocupa una jerarquía menor a la política, aunque de crímenes se trate.
El Presidente está convencido, por lo que admiten sus colaboradores en Palacio Nacional y por sus acciones, que son sus adversarios quienes están manipulando al movimiento feminista para dañarlo políticamente. Vive ciego ante los reclamos objetivos de las mujeres. Botones de muestra fueron mostrados ayer por México Evalúa, al afirmar que durante el segundo semestre del año pasado casi 5 millones de mujeres fueron víctimas de delitos sexuales (acoso, hostigamiento, abuso, intento de violación o violación), y 98.6% de casos de mujeres mayores de 18 años no fue denunciado o no se inició una investigación.
Los agravios de las mujeres siguen creciendo, pero ante los ojos del Presidente no existe una causa real, porque es un grupo “infiltrado” por “los conservadores” que quiere provocarlo. Está ciclado en sus creencias, negado a la posibilidad de estar equivocado, menos aún corregir el rumbo. El fenómeno de la violencia de género está fuera de la comprensión del Presidente. Si el problema le creció el año pasado por su insensibilidad hostil, la defensa de Salgado Macedonio lo maximizó hoy.
López Obrador se empecinó en apoyar a la más desacreditada de todas las cartas que tenía en la baraja electoral de Guerrero, donde además existían, entre sus alternativas para la gubernatura, dos mujeres. Con cualquiera de ellas y ellos, coinciden los encuestadores, Morena ganaría la elección, aunque sólo con Salgado Macedonio la victoria sería cómoda.
El Presidente, que en su cabeza sólo valen las urnas y los votos, el poder absoluto y la oposición hincada, metió dentro de su marco de referencia político-electoral una causa que trasciende partidos, ideología y clientelas políticas. ¿Qué le impide ver que lo que une a las mujeres es que las están matando? ¿Y que abusan de ellas? ¿Y que las discriminan? ¿Y que no aceptarán ser jamás personas de segunda clase? ¿Y que todo eso acabó? Se metió a un pantano en la defensa de Salgado Macedonio, y entre más patalea, más se hunde.
La protesta de ayer mostró la fuerza de las mujeres, que se midió proporcionalmente al temor que tenía el gobierno de que se les desbordara la marcha y la forma como actuó en la calle. Desnudó también la falsedad de la narrativa. La afirmación que sólo habría mujeres policías fue mentira. Hubo policías hombres que actuaron contra mujeres manifestantes, y granaderos, que lo único que perdieron en este gobierno fue el nombre, que las tundieron. También hubo mucho gas lacrimógeno lanzado sobre las mujeres cuando estaban derribando los muros de metal de Palacio Nacional para dispersarlas.
¿Por qué López Obrador llegó a este punto una vez más? Por su postura intransigente e inamovible a favor del candidato al gobierno de Guerrero, que provocó división en su casa, en su entorno y en las mujeres de Morena, que se han deslindado abiertamente de Salgado Macedonio y lo están presionando para que renuncie. No lo hará, a menos que López Obrador se lo exija. ¿Lo pedirá el Presidente? No se ve en el horizonte, mas debería de reconsiderar.
Salgado Macedonio iniciará su campaña y será blanco natural y permanente de las feministas. Pero al haberse amarrado a él, López Obrador también cargará con los negativos. Era innecesario, pero su estrechez de miras lo llevó a este punto. Tiene que salir, porque si no, en Guerrero, la defensa de una persona acusada de violencia de género lo afectará en otras partes del país, y la marca de misógino la llevará permanentemente en la frente. Salgado Macedonio no vale el reino de López Obrador, y el Presidente tendría que verlo de esa manera, porque el candidato lo arrastra de una manera inexorable.