Hay que estar un poco loco (a) para querer ser presidente (a) de México. Xóchitl Gálvez posee algunos rasgos hipervoluntaristas –una vez amagó con desnudarse para que Paco Gil le diera presupuesto– que quizá ya apuntaban a que intentaría algo tan demencial como una candidatura presidencial.
Hoy que uno levanta una piedra y sale un xochitltólogo, aquí mi impresión inicial sobre la circunstancia de esta hidalguense.
No son pocos quienes destacan que su biografía –indígena, mestiza, de origen pobre, hija de la cultura del esfuerzo, pambolera, exitosa, malhablada, empresaria, populachera, fama de honesta, etcétera– hace de ella una buena candidata, un perfil ideal para enfrentarla al delfín (a) de AMLO.
Sin negar lo anterior, hay dos grandes interrogantes que el público tendrá que ver respondidas más pronto que tarde, sobre lo que ha emprendido Xóchitl: por qué lo hace, y qué propone.
Está muy bonito eso de que un día le cerraron Palacio Nacional y entonces, como Saulo de Tarso, por ese caballazo encontró su camino. Y también atajó impecablemente los derechazos que Sheinbaum y López Obrador le intentaron propinar reclamándoles discriminación y machismo, pero ¿esa es su misión, la agenda de género, que no le discriminen, ir contra Morena?
La historia de vida de Xóchitl sobra para presentarla en sociedad allá donde no la conocían o no habían reparado en ella. Pero para hablar de que quiere ser presidenta, y sobre todo luego de alguien como AMLO, se necesita que hoy hoy hoy la gente comience a grabarse sus mantras, sus promesas, su oferta.
Todo ha sido muy vertiginoso y no hay garantía de que, primero, los partidos de la alianza la dejen pasar; y segundo, de que ella no cometa errores, o no surja una mancha del pasado que la tumbe del sueño. Y al mismo tiempo, quienes más han apuntalado sus posibilidades son los corifeos de Morena.
Pero en la eventualidad de que sus compañeros no la bloqueen, y de que su destreza le saque avante en la precampaña que no es precampaña, qué ofrece Xóchitl Gálvez, y qué de lo que ofrece podría resultar atractivo para el gran electorado.
En su entrevista del fin de semana en Telereportaje, la más influyente emisión de Tabasco, Xóchitl bordeó ideas que bien maduradas podrían hacerle crecer entre un electorado donde AMLO retiene, según la encuesta de ayer de El Financiero, 87% de aprobación entre los 30 millones que le votaron en 2018.
Mucha gente no quiere a AMLO en la cárcel, ni una revancha contra el tabasqueño. En la citada charla periodística, Xóchitl dijo claramente que ella no quiere que le vaya mal al Presidente, pero que quiere que le vaya mejor a las y los mexicanos, que éstos merecen más.
Sin embargo, a Xóchitl la van a cortejar personajes que, no es exageración, odian a Andrés Manuel y a no pocos de sus seguidores o votantes. Personas que desde una supuesta autoridad moral, o académica, se niegan, cinco años después, a tratar de entender que López Obrador triunfó en respuesta a los saqueos, las corruptelas y, para nada tema menor, la prepotencia de una clase político-tecnocrática ciega a la pobreza.
Si Gálvez se deja contaminar por esas visiones catastrofistas y revanchistas, si se acompaña de nostálgicos del pasado, su intento tiene un destino seguro: la derrota, porque México no quiere el retorno de lo que fue barrido en 2018.
La ingeniera tiene que decir cuál es la alternativa que, frente a los del ayer, y no pocas cosas de hoy, propondrá en 2024 y –clave– con quiénes.