En el marco de las formalidades de ese rito insustancial para el ciudadano que son los mensajes de aniversario de gobierno, Miguel Ángel Mancera y Ricardo Anaya se abrazaron.
La imagen del abrazo entre quien ocupa el cargo de jefe de Gobierno de la CDMX y el presidente de Acción Nacional, es una más de las estampas de la pretendida y peregrina idea de que se puede entusiasmar al respetable cuando uno mezcla figuras –que no ideas o proyectos– que no suelen estar juntas.
Así pues, la ocasión del llamado Informe de Gobierno el domingo en la capital fue el escenario para la pasarela de los frentistas: Anaya, Mancera, Alejandra Barrales y el fidelvelázquezdelospartidos, Dante Delgado, posando en Donceles.
Los mismos se juntan para que la prensa los retrate. Y la foto ocurre, como ocurre el abrazo entre quienes buscan lo mismo, no sólo perpetuar el sistema del que se benefician, sino, en el caso de Anaya y Mancera, y para ser más concretos, candidaturas.
Así pretenden dar kilometraje a la iniciativa del Frente, invento basado en tres preceptos de alquimia política.
El primer supuesto del Frente es la amnesia histórica. Los ciudadanos verán Frente, o candidatos del Frente, o iniciativas del Frente, y olvidarán que esos partidos, los del Frente, llevan 20 años (desde que San Lázaro dejó de ser un reino eminentemente priista, en 1997) como protagonistas del statu quo que hoy nos tiene donde estamos. O sea, el Frente como un manto de invisibilidad ante la responsabilidad por lo no logrado en dos décadas o casi siete legislaturas.
Segundo precepto: lo que hacemos hoy no lo haremos mañana. Si Mancera atenta en contra de la modernidad en el transporte público, si el jefe de Gobierno (es un decir) se autorregala un paquete de impunidad con designaciones a modo en el sistema capitalino anticorrupción, o si en la Ciudad de México se padece el expolio a manos de entes protegidos por los manceristas, para Anaya eso no representa un lastre de cara a la alianza frentista.
Y si Anaya nunca ha encontrado un solo cuadro blanquiazul (ni el moches Villarreal ni Padrés ni nadie) digno de ser procesado por corrupción dentro de su partido, para el PRD tal constancia de falta de combate a los abusos es digna de un matrimonio. Dios los hace y ellos se encontraron.
Y un tercer supuesto de la alquimia frentista corresponde a la noción de que México puede aguantar un año antes de atender la escalada de violencia, que lo mismo arrasa estados –Guerrero, Guanajuato, Veracruz– que arranca por doquier la vida de mujeres y jóvenes.
El abrazo de los frentistas ocurre luego de que los partidos que eso pretenden dieran a conocer unas propuestas legislativas desarticuladas, que pecan de generalistas y carecen de conexión real con una sociedad agraviada por feminicidios e impunidad. Así, el Frente se desentiende de la coyuntura en aras del cielo que, nos prometen, llegará cuando ellos gobiernen (como si no gobernaran hoy).
Podría ser distinto. A lo mejor sólo uno de ellos sobreviviría si Acción Nacional se volviera el gran crítico de la corrupción implícita en el modelo clientelar institucionalizado por el PRD en la capital mancerista. O si los perredistas, por su parte, juzgaran el sangriento legado del modelo panista de combate al crimen organizado.
En vez de críticas que nos ayuden a entender qué nos ha ocurrido para así corregir el rumbo, importantes partidos eligieron el abrazo, cuidarse las espaldas y contarse el cuento de que eso será muy atractivo en las elecciones. Qué irresponsables.