Morena, junto con los partidos satelitales que apoyan a Andrés Manuel López Obrador, sacó el Presupuesto de Egresos 2022 sin un solo cambio. No aceptó revisar o negociar partida alguna. Se hizo así porque lo que el Presidente quiere es instalar la idea de que su movimiento está más fuerte que nunca, que es imparable.
Negociar rubros del presupuesto para ceder ante algunas de las demandas de la oposición habría provocado sesiones en San Lázaro menos crispadas y, sobre todo, una aprobación con votos mixtos, quizá no por consenso, pero sí una donde no sólo las fuerzas oficialistas podrían presumir que ganaron algo.
Pero el ocupante de Palacio Nacional anda en otra frecuencia. Se trataba antes que nada de revertir las nociones que, tras las elecciones legislativas del 6 de junio, apuntaban que el Ejecutivo tendría una reducida capacidad de maniobra en el Congreso de la Unión.
Los diputados de AMLO impusieron un presupuesto sin moverle un peso a lo que recibieron de Hacienda porque tenían que borrar tanto el mal resultado electoral de las intermedias, como el golpe que recibió en agosto la Presidencia cuando no pudo, en los últimos días de la legislatura pasada, sacar adelante la aprobación de las leyes reglamentarias para la revocación de mandato.
Así que buscando que la forma sea vista como fondo, Andrés Manuel decidió dar un golpe de imagen. Que la oposición se desgañite y desespere, ni los veo ni los oigo, porque lo esencial es enviar la señal de que podemos hacer todo lo que nos propongamos.
Lograda la aprobación el domingo pasado, el tabasqueño hizo algo que es notable si tomamos en cuenta que es un mandatario que tiene poco aprecio a los legisladores.
Antes de salir de viaje al sureste, para una minigira por Mérida y Cancún previa a su vuelo a Washington, López Obrador recibió en Palacio Nacional a los legisladores de Morena, PT y PVEM para reforzar la idea de que la aplanadora vive, y la lucha sigue.
Un nuevo paso para instalar la idea de invencibilidad ha sido dado ya. Esta misma semana ha emplazado de nueva cuenta a los legisladores del PRI a acompañarlo en el “lado correcto” de la historia en el tema de la aprobación de la reforma eléctrica. Es decir, mañosamente traspasa a los priistas la carga de la responsabilidad, a sabiendas de que los de Insurgentes Norte siguen sin entender que ellos son los que están en posición de ventaja.
Porque López Obrador regresará de Washington con el discurso, que se llevó prefabricado en la maleta, de que Canadá y Estados Unidos apoyan la soberanía energética de México, que tal cosa le fue ratificada por sus pares en las reuniones de este jueves. Y lo dirá a pesar de las múltiples quejas de congresistas estadounidenses, y de las expresiones de alerta del embajador Salazar, que se conocieron en las últimas semanas.
Será una semana de triunfalismo. Campeador en el Congreso a pesar de los resultados del 6 de junio, y campeador en el plano mundial incluso a sabiendas de que se negaba a salir a la escena internacional: regresa de la capital del imperio sin que una pluma se le haya quitado y dejando en alto el nombre de México.
Toda la narrativa de la visita de ayer querrá apuntalar –al más puro estilo priista de los 60– que las potencias vecinas se han rendido ante el discurso patriótico, entendido y señero de un admirador de Juárez y Cárdenas.
AMLO y su movimiento, dirán los propagandistas, están más fuertes que nunca. A ver cuántos le creen.