Estamos en un proceso inédito.
Jamás en la historia habíamos tenido una sucesión como la que hoy vivimos.
Nunca, en el partido en el poder –y en el que hoy tiene la mayor probabilidad de ganar la elección– habíamos tenido un proceso de definición como el actual.
La última ocasión que se definió pública y expresamente un grupo de aspirantes fue en el sexenio de Miguel de la Madrid allá en el año de 1987.
En el pasado, a veces se filtraban algunos nombres y era todo. O en el caso de la competencia en los gobiernos que tuvo el PAN había expresamente elecciones internas.
Con De la Madrid hubo presuntamente seis precandidatos, los llamados “seis distinguidos priistas”, que desfilaron en una pasarela ante la población, en un remedo de un proceso democrático, pretendidamente para que, sobre la base de observarlos, los priistas dieran su opinión para definir al candidato.
Fue el presidente quien dio su veredicto y no los priistas, para que finalmente Carlos Salinas de Gortari se convirtiera en el candidato. Dejó en el camino, pues había renunciado antes, a Jesús Silva Herzog y derrotó a Alfredo del Mazo en las consideraciones del presidente.
Hoy, la mayoría de los analistas piensan que el presidente López Obrador no va a declinar a su “derecho metaconstitucional” (como gustaba en llamársele) de elegir a su candidato(a) y además suponen que ya tiene su decisión tomada: Claudia Sheinbaum.
Desde aquella breve reunión realizada en el Sanborns de San Ángel en el año 2000 –según cuenta en su libro más reciente Jorge Zepeda– en la que le propuso a la académica de la UNAM integrarse a su gabinete en el tema del medio ambiente, AMLO ha tenido gran simpatía y confianza en la actual jefa de Gobierno.
Otros disienten con la opinión mayoritaria de los analistas y creen que AMLO no tiene aún una decisión. Obviamente entre ellos está Marcelo Ebrard.
Por eso la determinación del todavía canciller de adelantarse y anunciar su salida del gobierno para lanzarse abiertamente a la competencia.
Otros renunciarán seguramente en los próximos días o pedirán licencia, pero en este primer movimiento, Ebrard tomó ventaja.
Ya le hemos comentado en este espacio que, desde el año de 1987, cuando De la Madrid optó por Carlos Salinas, ningún presidente mexicano ha podido llevar a la Presidencia a la persona por la que habían optado.
López Obrador busca eludir esa maldición y algunos piensan que la fórmula más adecuada será dejando que la encuesta “decida”.
Pero ¿cómo puede imaginarse que podría dejar a Ebrard si este es un político que tiene una trayectoria propia y que no sería dependiente de AMLO? ¿No sería más lógico que dejara a Sheinbaum o a Adán Augusto López?
Los que piensan de esta manera, además, señalan que AMLO siempre “ha engañado con la verdad”.
Suponen que optará por la solución más obvia: un plan A en la persona de Sheinbaum y un plan B con el secretario de Gobernación, Adán Augusto López.
Algunos pensamos que el mundo es más complicado de lo que a veces parece y que AMLO también toma decisiones que parecen romper con su esquema de creencias.
Si hubiera querido designar sin más a Claudia Sheinbaum, ¿por qué habría de complicar tanto las cosas para ella?
Cuando señalo lo anterior muchos me acusan de ingenuidad: ‘¿cómo crees que el presidente López Obrador va a aceptar como candidato de Morena a alguien que no tenga su aval?’, refieren.
Obviamente no lo va a aceptar.
Pero ¿quién asegura que los que están en la contienda –particularmente los tres más señalados: Claudia, Marcelo y Adán– no tienen todos ellos la bendición del presidente de la República?
Creo que la principal preocupación de AMLO no es quién de los tres será el candidato, sino cómo asegurar que cualquiera de ellos sea su sucesor.
En otras palabras, su objetivo es que gane la elección y que eventualmente pueda conducir a que la 4T tenga nuevamente la mayoría absoluta en el Congreso.
Y quizás AMLO no tiene claro aún quién es la persona más apropiada para ello.
Veremos.