Nación321 quiere conocer y dar a conocer qué piensan los jóvenes en México. Con este fin abrimos NUEVAS IDEAS, un espacio para que los ciudadanos escriban sus puntos devista sobre la realidad que vive nuestro país. Hoy escribe Emilio Guerra Estévez
Leí en un tuit a Julene Iriarte decir que hay más precandidatos que nunca y no hay ninguno que le emocione.
Más (pre) candidatos que nunca y ninguno que me emocione.
— julene iriarte (@juleneiriarte) 6 de octubre de 2017
Pues sí, me pasa lo mismo. Estamos viviendo una época en la historia política de México en el que la posibilidad de levantarse de la silla para querer ser presidente es muy fácil; eso no es necesariamente bueno en sus consecuencias. Me parece fabuloso tener un sistema político- electoral tan abierto que quite restricciones para ciudadanizar más a la política, el asunto es que los resultados no han sido los esperados porque nos han decepcionado con la tristísima agenda que proponen los aspirantes.
Hay dos dimensiones: Más de lo mismo y lo nuevo de lo mismo. Ese es el problema en este país. El ejercicio de la política se ha reservado a un concepto dirigido a la pesadez burocrática, pero al acceso de dinero fácil. A la complejidad de combatir los pesares de la ciudad, pero a la obtención del poder insípido -poder por el poder, le dicen. El problema de «la política» es un problema conceptual que genera que la oferta -que aunque más amplia- siga siendo la misma.
La política está ligada más a la corrupción, a la indignidad, al cohecho. La discrecionalidad, la charlatanería, titerismos, deudas de favores insaldables. El simplismo, el colmillo, los vivarachos. Y la realidad es que aunque sean etiquetados de tal manera, sigue habiendo un segmento poblacional que le es sumamente atractivo pertenecer a la política, y no para desarrollar agendas de desarrollo, que -si bien- existe una vocación de servicio genuina; falta visión y sobra miopía en la construcción de un México lejano al tercer mundo, y todo porque el concepto de la política se ha reducido a discursos, chalecocías, mítines.
A la política para transformar su ejercicio, hay que transformar su concepto. La política que sirve es la que se dedica a la ciudad, a su administración, a su crecimiento, a la generación de riqueza pública y privada. A la determinación de que hay que crecer ordenadamente y responder a los estímulos sociales de manera sistemática. Los aspirantes al 2018 permanecen enclaustrados en un club dónde hay costumbres, manías, y formas que se quedan entre ellos, alejados de la agenda -a veces- dolorosa, -a veces- gustosa. Y que no es sensato negar que muchísima gente que pertenece al ejercicio de la política tienen una determinación constante que hay que ayudar a que este país mejore: sí, pero sus procedimientos hay que cambiarlos. La sustantivo queda, lo adjetivo debe ser distinto. Los comportamientos que caracterizan a la política se han homogeneizado tanto que incluso la independencia partidista padece también de las manías tradicionales de una política cansada, hartante e inútil.
Es decir, el problema nuclear no son los partidos, la solución -por ende- no son los frentes. El problema general tampoco es la cuota de favores políticos, y en resultado, las candidaturas independientes no son la solución. El problema estructural es la conceptualización que ha determinado un status quo que ha hecho constante un sistema torpe, que sigue siendo atractivo para muchos y justificado con su vocación de servicio.
Existe una cantidad enorme de individuos trabajando para el Estado que tienen inteligencia, vocación y sagacidad para desarrollar un país mejor, pero están anquilosados por la simple razón de que los que hacen política, no están haciendo política.
La respuesta ante Julene, yo, y muchos de los jóvenes incluidos en el padrón electoral que esperamos algo nuevo: efectivamente no nos convence ningún precandidato, y no porque todos sean malos; sino porque ninguno está haciendo algo útil. Igual -incluso- que los que no son precandidatos y son políticos. El asunto no es otro más que darle otro sentido a la política. Uno menos complicado y más útil.