Se ha convertido en un lugar común el señalamiento de que los programas sociales son determinantes en un voto favorable a Morena.
Y también se dice con cierta frecuencia que Morena se va a convertir en el “nuevo PRI”.
Ninguna de las dos afirmaciones es correcta.
De acuerdo con la información que resultó de las encuestas de salida levantadas por El Financiero el domingo pasado, la existencia de programas sociales influye, pero ni lejanamente es determinante del sentido del voto de los ciudadanos.
De acuerdo con la información recogida, en tres de los estados en los que hubo elección, el 45 por ciento de los electores o sus familias recibe programas sociales del gobierno: Oaxaca, Durango y Tamaulipas.
En Aguascalientes los recibe solo el 36 por ciento; en Quintana Roo, el 38 por ciento y en Hidalgo el 40 por ciento.
Pero, al preguntar la razón del voto solo en Oaxaca, el factor más relevante fue el gobierno de López Obrador.
En cuatro estados, Aguascalientes, Tamaulipas, Hidalgo y Quintana Roo, el factor que más pesó fue el candidato. En Durango, lo que más contó fue el partido.
El gasto en desarrollo social ha crecido a una tasa anual real de 3.1 por ciento en este sexenio, lo que es positivo, pero está lejos de ser espectacular.
En los seis años del gobierno de Peña el ritmo medio de crecimiento fue de 1.4 por ciento anual en promedio, cifra menor pero tampoco distante de la de la actual administración.
La clave no es el volumen sino el hecho de que estos apoyos se personalizan como si fueran dádivas presidenciales.
Pero, ni aún así son suficientes para determinar el voto.
Algo que también se ha escuchado de manera cada vez más frecuente es que Morena se está convirtiendo en el “nuevo PRI”, en el sentido de que podría monopolizar el poder por décadas, marginando a la competencia de otros partidos.
Permítame explicarle por qué considero que no es correcta la analogía.
Una de las claves de la permanencia del PRI era su capacidad para renovar las élites en el poder cada seis años.
Hoy, la principal fuerza de Morena radica en la presencia de su líder y fundador, Andrés Manuel López Obrador.
Hasta ahora, Morena no parece el partido que sea capaz de institucionalizarse como lo hizo en su tiempo el Partido Nacional Revolucionario (PNR) que acabó convirtiéndose en el PRI.
La otra gran diferencia es la sociedad. La hegemonía priista correspondió a una sociedad rural que gradualmente se movió a la urbanización y modernización.
Hoy, con la heterogeneidad que tenemos en el país es inimaginable pensar en una hegemonía como la del PRI.
Morena es más bien otro ejemplo de los partidos que han surgido por la crisis de las fuerzas políticas tradicionales, pero que probablemente se disolverá cuando las coyunturas cambien.
El PRI basó su fuerza en los sectores que componían su maquinaria política: sindicatos, organizaciones campesinas y grupos populares. Al principio (cuando aún no se llamaba PRI) incluso integró a un sector militar.
Morena no tiene esas bases sólidas que además de darle institucionalidad son clave para la permanencia.
Las expectativas de triunfo en 2024 pueden apoyarse solo parcialmente en los programas sociales. Es mucho más importante, a mi parecer, la presencia de López Obrador.
Los triunfos electorales estatales que le han llevado a gobernar en más de 20 estados pueden distorsionar la realidad a escala nacional.
Los resultados federales del 2021 mostraron que, si la oposición encuentra un candidato o candidatos que resulten atractivos, darían lugar a una competencia política mucho más intensa y a una composición diferente tanto del Congreso como en el futuro de los gobiernos estatales.
Nos hemos concentrado en la perspectiva de la presidencia, pero si Morena y aliados no tuvieran mayoría absoluta en las dos cámaras del Congreso, la realidad política a partir del 2024 sería muy diferente, aún si ganara Morena.
Así que, cuidado con las generalizaciones.