La Reserva Federal de los Estados Unidos emprendió ayer un camino que va a ser complejo y arriesgado.
Por primera ocasión desde el año 2018, ayer elevó sus tasas de interés en un proceso que tan solo en este año podría implicar otros seis incrementos de un cuarto de punto.
No sorprendió la decisión. De hecho, lo que hubiera sorprendido habría sido que no se hubiera dado el incremento.
Tampoco resultó extraño que el alza no fuera de medio punto porcentual como algunos suponían, pues eso hubiera implicado la convicción de que una acción agresiva en el corto plazo frenaría la inflación… y a ese respecto las cosas no están muy claras y seguramente se tendrán que analizar los efectos sobre la marcha.
El problema que enfrentaremos con este camino que ha emprendido la Fed es el riesgo de que no se consiga el abatimiento de la inflación en los términos que la autoridad monetaria norteamericana espera, pero tampoco el crecimiento económico previsto.
Apenas hace algunas semanas el FMI calculaba que la economía de Estados Unidos habría de crecer en 4 por ciento en este año.
Ayer, la Reserva Federal estableció un pronóstico de apenas 2.8 por ciento.
Esto significa el riesgo de que en realidad el crecimiento pueda ser aún menor.
La Fed se va a enfrentar a una circunstancia inédita. El hecho de que tengamos una inflación que deriva principalmente de costos crecientes puede hacer ineficaces las alzas en las tasas.
Un riesgo es que al observar que los incrementos de los intereses no son suficientes para controlar la inflación, se pretenda ir más lejos y subir las tasas todavía más.
Un círculo vicioso de esa naturaleza seguramente podría ocasionar que el crecimiento económico fuera insignificante o incluso pudiera propiciar una recesión.
No sería la primera ocasión. En el pasado, en diferentes ocasiones, los ciclos alcistas de las tasas han traído consigo recesiones.
A mediados de los 70; a principios de los 80; en el fin de siglo; antes de 2008, han sido algunas de las ocasiones en las que se ha presentado esa circunstancia.
Pero, además, los procesos alcistas también han conducido a generar situaciones de inestabilidad financiera internacional, sobre todo en los mercados emergentes.
Estas noticias no son en absoluto positivas para México. Más y más instituciones y analistas están bajando sus estimaciones de crecimiento a niveles que ya empiezan a ubicarse claramente por debajo del 2 por ciento.
En México, el principal motor de la economía han sido en los últimos años las exportaciones. Si ahora la economía norteamericana frena, eso puede desacelerar a toda la economía mexicana.
Y eso, sin tomar en cuenta el riesgo de una mayor depreciación de nuestra moneda frente al dólar, en el caso de que tengamos una situación descontrolada en el mercado financiero de los Estados Unidos.
Todo este cuadro de riesgos está presente incluso sin considerar mayores problemas de suministro derivados del crecimiento de la pandemia en China o trastornos mayores vinculados con la invasión de Ucrania.
El problema es que hay poco espacio para otras decisiones, pues no aumentar las tasas seguramente alimentaría los temores y con ellos las expectativas de inflación.
En este contexto, sobra decir que sería absolutamente deseable contar con una política que fuera amigable con la inversión y que no propiciara conflictos que son evitables, como los que han surgido con el Parlamento Europeo o con el Departamento de Estado de la Unión Americana.
Pero, quizás sea pedir demasiado a este gobierno.