Meses después de haber llegado a la Presidencia de la República, Vicente Fox refería entre sus allegados que lo que realmente más le satisfacía era ser candidato y no presidente.
López Obrador puede estar tentado a pensar lo mismo.
Como candidato puede prometer; puede atacar con libertad; puede moverse entre la gente sin restricciones; puede apuntar siempre al futuro y no al presente; puede planear; y, sobre todo, puede tener la gratificación que le da el que la multitud lo arrope, lo respalde y lo lance hacia delante.
Si así como iniciamos, con el afecto del pueblo, terminamos nuestro mandato, podemos dar gracias a la vida. Estoy consciente de que eso dependerá de la virtud, la suerte, las circunstancias, del creador y de una palabra clave: cumplir. pic.twitter.com/1cYLzv8jNX
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) 12 de octubre de 2018
Dejar esa condición y cambiarla por otra en la que hay que ser responsable, desgastar el capital político generando desencanto o afrontar la realidad de un gobierno en el que no todos piensan igual, es algo duro.
Pero, de eso se trata gobernar.
No sé si López Obrador estaba consciente de los dilemas que habría de enfrentar. Estar consciente significa el saber que no había opciones de blanco y negro. Casi cualquier elección de políticas implica ventajas y costos.
Y el ejercicio de gobernar es precisamente elegir una combinación de ellos. La luna de miel no puede ser con todos.
El programa que aplicaremos en el Estado de México para el bienestar representará una inversión de 46,357 mdp. Es la más cuantiosa del país porque es la entidad más poblada de México con alrededor de 18 millones de habitantes; desgraciadamente, más de 9 millones viven en pobreza pic.twitter.com/vCsbKlgUK4
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) 11 de octubre de 2018
Ya ayer le comentamos en este espacio que, por ejemplo, en el caso del aeropuerto, cualquiera que sea la elección, dejará descontentos. AMLO y su equipo deberán elegir a quien quieren dejar enojado… y diseñar la consulta y encuesta… o lo que sea, para llegar a ese resultado.
Pero eso mismo vale en cada gran iniciativa.
En el camino, ya hay costos. Por ejemplo, las víctimas de los estados en donde se cancelaron los foros de pacificación, que se sienten agraviados por la cancelación; o los integrantes de la CNTE que pensaron que regresarían las nóminas magisteriales a los estados y ahora reciben un mentís frontal del propio presidente electo, sólo por citar un par de casos.
La resolución de dilemas implica también preferencias. Por ejemplo, AMLO está recibiendo hoy demandas de las áreas más diversas que le requieren recursos para diversos programas. Pero al mismo tiempo, la futura Secretaría de Hacienda sabe que los recursos son finitos y que habrá que decir que no, en muchos casos. Hacerlo implicará también desgaste.
El darse cuenta de que no tiene varita mágica conducirá a que haya quien empiece a desencantarse de AMLO.
El cambio de percepción no va a ser inmediato. Fue tal el respaldo popular recibido por López Obrador que el desencanto no se va a dar pronto.
Hay un bono, un hándicap. La gente va a tener una tolerancia amplia. Y mientras más ataquen los opositores, quizás ese margen crezca más.
Pero al paso de los meses, todos los bonos expiran y el hándicap se acaba.
Y entonces sólo los resultados efectivos van a contar: ¿se redujo o no la delincuencia?, ¿bajó la corrupción?, ¿se elevó realmente el nivel de vida?
Se puede optar por echar la culpa a terceros de la falta de resultados (como seguramente va a ocurrir). O se puede ser autocrítico y corregir.
Esa historia ya la conocemos. Y supongo que AMLO también. Como dice el refrán: desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los… que usted ya sabe.
¿Será ese el caso?