Acosado, arrinconado, bocabajeado, jorobado por la culpa, humilde por la vía de la humillación pública, el PRI se acerca a lo que parecen ser sus últimos días. A la corrupción procaz de su presidente, el señor Alito, se suma el encarcelamiento de Murillo Karam. Si el PRI se acercaba solito al ataúd, López Obrador se adelantó y ya les hizo la fosa mortuoria. Todo indica que él quiere ser quien aviente las últimas paladas de tierra en la sepultura.
Es difícil, en estos momentos, opinar sobre el expediente con que lograron la orden de aprehensión contra el exprocurador, exsenador y exgobernador priista. Y es difícil porque, como ya quedó claro, ni los acusadores conocen bien el contenido de la acusación. Esto es normal en una fiscalía que depende lacayunamente del Presidente y que es encabezada por un hombre torvo y vengativo como es el señor Gertz Manero.
Ante la andanada en su contra, los priistas prefieren callar. Los escándalos de Alito, su líder, les merecieron una reunión de protesta y nada más. Osorio Chong es el que ha insistido en que el campechano se tiene que ir, pero sus palabras no encuentran eco, son como las de Monreal anunciando su candidatura (no deja de sorprender que los panistas sean quienes defiendan vehementemente al líder priista).
Los priistas están entrampados. Dicen que se está usando la justicia de manera facciosa, lo cual es cierto; pero también es cierto que tienen una cola enorme y que a nadie le extraña que acusen a un miembro del tricolor de una fechoría. Además, parece que el periodo de perdón presidencial ya pasó: los que optaron por arrastrarse ante el hombre de Palacio encontraron gracia, los que no, simplemente toparán con la justicia.
Las acusaciones contra Murillo se ven difíciles de probar. Tienen que ver más con la incapacidad de este gobierno para hacer algo que involucre futuro; siempre andan merodeando por el pasado, rumiando venganza, rezumando odio para cubrir su infinita torpeza. La justicia que ha intentado el gobierno de López Obrador ha terminado siendo un batidillo en el que pierde su fiscalía, ya sea acusando a priistas o a gente de su propio equipo.
Llama la atención que el priismo no salga a defender a Murillo (lo mismo con Peña Nieto cuando lanzaron la acusación en su contra). El Presidente los trae a toallazos. Más allá de los delitos cometidos, tienen derecho a un juicio justo y a hacer reclamos políticos. El PRI, que supo funcionar como mafia en el poder, no ha actuado como tal a la hora de la desgracia. Es muy probable que veamos en Murillo a un hombre con entereza y con talento para defenderse de lo que parece más una justificación por el alud de fracasos de este gobierno que una acusación con sustento. De cualquier manera, es seguro que Murillo no cuente con su partido para defenderlo.
El asunto en cuestión parece ser el Edomex. El Presidente sigue siendo muy popular, pero su gente no lo es. Si el PRI no se arrodilla en esa entidad, la posibilidad de un triunfo moreno se ve complicada. Por eso el Presidente ha comenzado una persecución de priistas notables. En el grillerío se dice que el Presidente también la emprenderá contra panistas en la CDMX para recuperar algo de lo mucho que ha perdido la botarga Sheinbaum. Puede ser cierto. Ese grupo de panistas es más una pandilla que un conjunto de idealistas. De cualquier forma, los meta a la cárcel o no, el PAN no se juega su extinción con esos raterillos.
El PRI vive sus peores momentos. No es extraño que su muerte pueda ocurrir a manos de uno de sus hijos distinguidos y otros prófugos de esa agrupación. Los odios de familia son los peores.